Huxley es reconocido por ser el creador de una de las distopías de la era industrial que mejor reflejan el antihumanismo y decadencia generada por la mecanización del mundo y la especialización científica. En Un mundo feliz el autor describe una sociedad donde la ectogenesia y el condicionamiento han construido hombres dedicados al placer físico, sin represiones ni continencias morales, pero dedicados al fortalecimiento político y moral del Estado. El punto fino del texto aparece cuando Huxley plantea el control de las reacciones del ser humano justo en una sociedad que no concibe la existencia de la individualidad fuera de la mecanización de la producción en serie. En un mundo en el cual el sexo y las experiencias sensoriales no tiene contención y los normas laborales del mundo industrial traspasan las barreras de los centros laborales, estos sujetos son educados bajo una ética hedonista de liberación constante de los apetitos, sin restricción, sólo la obtención de placer fácil sin represión ni reparos kantianos sobre la conveniencia o no de los actos. Si lo que se busca es la felicidad mediante la satisfacción inmediata como mecanismo de control de las rebeliones e indisciplinas que promueve la represión de los deseos, lo que se debe asegurar es la inhibición del displacer, de los sentimientos desagradables y las resacas morales. Como solución a la voluptuosidad de la emoción humana este mundo feliz ha diseñado una droga especializada en el control de las reacciones violentas o la tristeza. El soma, como Huxley le bautiza, otorga una fuga de lo real hacia un espacio y tiempo interior de experiencias psicológicas, sensibles, satisfactorias y regeneradoras de la idea de bienestar total. El soma libera de la tensión de la vida cotidiana y remedia los excesos de las pasiones humanas para orientar los deseos de los sujetos en una atmósfera de tranquilidad e integración de los individuos a la colectividad, pues el Estado es el principal promotor del diario consumo de este fármaco.
Años más tarde, en 1954, Huxley escribe su famoso ensayo Las puertas de la percepción, el mismo que inspirara al grupo The Doors a denominarse de tal manera. En él, Huxley describe sus propias reacciones físico-psicológicas al consumo de mezcalina como parte de una experiencia que canaliza la segregación de adrenalina mediante el torrente sanguíneo. La diferencia, según Huxley, es que el vehículo psicotrópico otorga los mismos beneficios de la adrenalina pero extendiendo el proceso al grado de poder vivir el mundo cotidiano, bajo el influjo del estimulante glandular, pero sin la sensación de pánico y temor inmediato, propio de la secreción adrenalínica en el organismo. Lo que Huxley pudo hallar claramente es que su vieja preocupación de 20 años atrás sobre el soma encontraba, para la década los cincuenta, una posibilidad fáctica de realización mediante el estudio de los hongos alucinógenos. Es decir que la sustitución de la adrenalina mediante un fármaco capaz de producir una experiencia detenida del cronotopo de placer podía significar un acercamiento al diseño de una droga inhibidora de las reacciones violentas e incontrolables del ser humano. La experiencia psicotrópica que Huxley describe en Las puertas de la percepción comprende la abstracción de las formas elementales de la naturaleza en los objetos inanimados que lo rodean. Huxley es invadido por un mundo de sensaciones extraordinarias que rompen la simpleza de lo cotidiano en la percepción incontenible del genio propio de un artista renacentista o barroco.
Años más tarde, en 1963, Huxley escribe la contrapropuesta de Un mundo feliz, basado precisamente en la función de la droga como partícipe de la conformación de un Estado. En La isla, el moksha es usado no para evadir la realidad en la inhibición del displacer sino en la introspección de la conciencia. El pueblo de Pala sedimenta su valoración de la vida en la experiencia mística del moksha tal como las narraciones occidentales han creído reconocer la función político-religiosa del peyote y la coca en las culturas mesoamericanas antiguas. Como camino hacia el interior, la medicina moksha, revela el cielo y el infierno personal para conocer la grandeza y la miseria de nuestra propia estructura mental. En un momento de iniciación colectiva, el suministro del moksha por parte del Estado tiene la finalidad de mostrar un mundo vedado por las apetencias materiales en la era del consumo y hacer posible un singular proceso de autosatisfacción, en cada ciudadano, mantenido al margen en el mundo Occidental, ante las conveniencias de la sociedad capitalista.
Estos son paradigmas de la droga que reconstruye Huxley ante sus lectores. En nuestro caso vale la pena cuestionarse sobre las sanciones ético-jurídicas del consumo más que el paliativo político ingenuo del suministro controlado para enfermos. Es cuestión de reconocer, como lo hacemos todos en el caso del consumo ritual del peyote, que el consumo de la droga es cultural. Cultural en el sentido que lo es toda adicción como el tabaco y el alcohol; como reflejo de las formas de satisfacción de los apetitos del instinto. Y esto, no nos hagamos, tiene un mercado y como tal un precio atado a la oferta, demanda y rutas comerciales. Nuestros narcoparadigmas no son otra cosa sino meras configuraciones culturales alrededor de un producto enajenado por la alta demanda creciente entre los jóvenes. El consumo, sus efectos y adicciones no dependen más de las trabas jurídicas que de la formación y educación que cada ética genere o se invente, según sea el caso.
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