De la retórica del milenio y sus avatares

CMXCIX.

viernes, 15 de enero de 2010

Tus 58 segundos de venganza: ¿Speedy Donovan o Landon González?








Desde hace unos días circula por la programación de los canales de Televisa un extraño comercial donde aparece Landon Donovan, el polémico jugador estadounidense de futbol, cruzando la frontera de su país a México. El motivo es promocionar un nuevo concurso de quiniela llamado Gana Gol. El corto, de apenas 58 segundos, muestra una caricatura del cruce fronterizo donde se ridiculiza la imagen de un “típico” mexicano de sarape, bigotes y sombrero. El “indito” intenta pasar inadvertido de la guardia de un perezoso policía cachetón y con grandes gafas que yace embarrado en una sucia silla, al parecer jugando con su celular. El supuesto mexicano pasa por debajo de una barda, tan improvisada como para tener aspecto de una barricada hecha de palos y cartones, mientras se escucha de fondo, a lo lejos, música de banda salida de algún viejo radio. La farsa se vuelve todavía más grotesca cuando Donovan intenta esconderse detrás de unos pequeños matorrales secos, agachándose a medias y dejando la enorme punta del sombrero descubierta de su escondrijo. El vigía se percata. Con un estruendoso “alto ahí” se levanta y encara al intruso quien se detiene para decir: “soy mecsicano”. Bajo el exagerado tono agringado de la respuesta el policía arremete despojándolo de su bigotote falso asegurando “Claro que no… ¡tú eres Landon Donovan!” Ante el desenmascaramiento y el interrogatorio por su presencia el futbolista asegura “es que ganar en México es más fácil”. El guardia monta en cólera por la respuesta pero inmediatamente es tranquilizado por Donovan cuando explica que se refiere al mentado Gana Gol. Al ser informado, y con tono de burla, obliga al futbolista a regresar con la familiar sentencia de “Así que para tu casa…órale… ¡vámonos!”. Donovan obedece pero antes lanza un “uleeero” al tipo y se escabulle con pasito apresurado por donde vino, metiéndose con dificultad en el hoyo de donde había salido. Esto finaliza con la cortinilla de presentación del producto que delata la patente de Televisa Deportes y explica el por qué de su reiterativa publicidad.

Efectivamente, el corto tiene su gracia. Ha cubierto las redes sociales, foros y blogs en la web, así como en algunos medios de la prensa, bajo un doble vasallaje: como una especie de venganza patriotera o un insulto y retorno a los “estereotipos” del mexicano. Esto obedece a las estrategias de representación que las imágenes contienen. La verdad, el anuncio dice mucho más de lo que parece. Son 58 segundos que contienen un cúmulo de significados anclados en la tradición iconográfica de “lo nacional”.



En primera instancia, la inclusión del delantero de la selección gringa hace del mensaje una especie de chiste sobre el odio que ha generado este personaje a través de los partidos contra el Tri. Donovan tiene un largo historial en su agenda como villano pambolero. Ha realizado declaraciones que calan en cada partido contra México, pero lo que más se recuerda es la vez que uso del estadio Jalisco como su enorme mingitorio. Esto trasciende cualquier otra asociación que la imagen de Donovan tenga para nuestra memoria colectiva. Televisa tuvo el tino de hacer que ese odio se transfiriera mediante una farsa del maltrato de nuestros compatriotas en la frontera. El personaje encarnó entonces un rencor generacional que sedimenta su justificación sobre las puntadas urinales del futbolista pero que, en realidad, opera como liberación de un complejo histórico. Donovan, al ser representado en el trance de mojado, es colocado como punta del iceberg de la tragedia diaria y la reprimenda con que es expulsado de nuestro “lado de la barda” libera, a base de risas, un molesto recuerdo sobre nuestros indocumentados. El chiste es fácil pero eficaz. Lo único que le faltó al guardia es darle una patada para que terminara por curar, simbólicamente, la sintomatología que evoca la escena del mojado y la violencia gringa de sus patrulleros. Desgraciadamente el efecto es momentáneo. Las terminales de este reconocimiento están dadas sólo por un escaso margen de significado en el cuál Donovan es reconocido como un gringo odioso. Uno que le sirve de soporte para la proyección completa de un régimen, un sistema económico, una cultura bélica y una política de invasión; y eso es imposible. Ni las ofensas escatológicas de un patán son capaces de contener tanta “mala leche” que buena parte de populo mexicano engendra hacia los gringos. Eso revienta el mensaje y hace reparar sobre lo obvio: aquí hay gato encerrado.

Una segunda lectura exige el empleo de una narrativa mucho más concreta y claramente aludida en el corto. Pensemos unos segundos, más de 58, y ubiquemos la parodia, los personajes y los modos de ver. Se trata de una escena donde un tipo de sombrero sale debajo de una improvisada barda caminando entre matorrales, escondiéndose sigilosamente, mientras su sombrero se asoma, intentando no despertar del letargo al guardián del paso. El tipo despierta cómicamente y le quita el disfraz al intruso porque se percata que “él es capaz de ganar lo que el invasor desea”. Pero sobre todo, nótese que Donovan sale de un hoyo y regresa a él. Es un clásico: Speedy Gónzalez. Sí son dibujos animados para niños que narran el robo de un pueblo de ratoncitos a una bodega, casa o jardín que cuida un gatote panzón. Se trata de una construcción de los años cincuenta de la Warner Bros para referir a los problemas que implica la migración de mexicanos a los EUA. Este fue un modo en como los gringos intentaron retratar lo que pasaba en la frontera, bajo su código y fórmula semántica. A los mexicanos se nos vendió el producto y, pese a las críticas, se ha proyectado por años en televisión. Pero aquí importan más los mecanismo de representación que han sido trasladados al corto de Donovan.



En más de una ocasión se ha referido al tema a la iconografía del indito que Speedy encarna y se ha llegado a la conclusión, por los estudiosos de la ideología de la imagen, de que tal ratón evoca la figura del Zapata. Por allá de los años treinta, Diego Rivera pintó sus conocidos murales en la casa de Cortés en Cuernavaca. Ahí el muralista inmortalizó a Zapata con su vestimenta de calzón blanco, y pañuelo al cuello. No hace falta aquí reseñar el enorme flujo propagandístico que ese modelo ha tenido: libros de texto, de historia, folletos, carteles, películas, etc. Para la cultura gabacha este significado se volvió pronto un tipo y cada que intentan decir cosa alguna sobre la noción de pueblo-indio mexicano no saben más que referir a este modelo. Mismo que ahora vemos activado por Televisa bajo la narrativa clásica de la Warner.


Hace años, cierta canción sentenciaba que “si el norte fuera el sur sería la misma porquería” ahora lo que se nos aparece como cura de un complejo no es más que un aspecto más de misma patología. Lo que le interesa a Televisa es posicionar un producto; y no es el Gana Gol, es el propio Donovan pues se especula sobre su posible llegada al América. La astucia de los publicistas fue usar un viejo modelo para cargarlo de una contradicción y así sedimentarlo en el imaginario social. Sin embargo, la colisión del sentido se les escapa, como pasa siempre, de las manos. Si Donovan se parece a Speedy González es porque la farsa pertenece a un eje retórico gringo. Es un buen ejemplo de lo que Said revisa en su libro Orientalismo sobre el retrato elaborado por Occidente sobre Oriente: un referente que se vuelve lo referido pues poco importa que realmente tal cultura se vea a sí misma así o no. Lo que muestra el corto es cómo una retórica así, un modo de vernos como nos ven los gringos, es activado como mofa de intento de cura contra los propios norteamericanos. El punto del chistorete no es Donovan vestido de indito, es el significado que detona la iconografía tomada desde el Zapata de Rivera en el cuerpo de un futbolista extranjero afamado. Y todo esto, realizado de manera totalmente consciente, en el año del centenario de la Revolución Mexicana. Para acabarla, el promocional pasará casi el año entero, de aquí al mundial de futbol, mientras Obama decide si habrá o no reforma migratoria, lo que son las cosas. vargasparra@gmail.com

jueves, 7 de enero de 2010

¿Qué es el bicentenario? La máscara de nuestras revoluciones o el cisma de la historia.


Ahora sí… llegó el año, la efeméride centenaria nos ha alcanzado. Este 2010 hemos de vivir los mexicanos nuestra conmemoración 200 como país independiente y 100 como revolucionado. La fecha parece marcada en la epidermis histórica, en el 2010 se habrá de cumplir el ciclo abierto en la memoria colectiva desde 1810 hasta 1910. Las teorías sobre las revoluciones de cada 100 años amenazan el imaginario y pululan en los blogs, redes sociales, en las sobremesas y hasta en las aulas universitarias. No faltan los que se preguntan si antes, en el 1610 o en 1710, habría ya un signo, un hecho que diera concordancia a la periodicidad del convenido cisma. Aquí las lecciones de historia entran en la vorágine de la interpretación y reclaman su extraño lugar como códices del pasado para descifrar el futuro. Como sea, lo que queda en evidencia es la necesidad que tenemos como pueblo de encontrar en nuestra historicidad una lógica de la revolución: un sentido que proponga la finalidad de vivir una fecha no como conmemoración si no como un acontecimiento, una posibilidad.

Mas en realidad, la idea misma de un bicentenario revela ya un interesante mecanismo de auto representación colectiva. En 1784, el buen Immanuel Kant escribía un interesante ensayo llamado ¿Qué es la ilustración? Ahí el filósofo elucubra sobre cuándo un pueblo, como un hombre, se dice que ha entrado en la madurez. Al paso de una interesante reflexión sobre la autonomía y la autodeterminación, Kant sugiere que es la ilustración de los pueblos el proceso de madurez justo porque es cuando se reconoce su la independencia con los otros y se llega a la plenitud del uso libre de la razón: un ejercicio que garantiza la paz y el bien común entre los ciudadanos. Una buena lectura del caso la ha realizado el pensador francés Michel Foucault. En su análisis de las ideas kantianas sobre la ilustración, pone atención en el objeto principal al cuál Kant dedica su texto; el presente. Es decir, al hablar de la ilustración como un desarrollo del autoconociemiento de los pueblos, Kant revela todo un ejercicio de crítica de su presente, cómo, a ojos de Foucault, no lo había llegado a hacer ningún otro filósofo. Kant piensa el presente, su tiempo precisamente como un acontecimiento; un hecho desde el cual se intenta dar sentido a todo un flujo de la historia. Así Kant explica una época, la ilustración, y con esto Foucault muestra como al hablar de sí, de su momento, Kant comprendió su presente como actualidad; como un ahora que se hace siempre posible en cualquier tiempo.

No veo mejor teoría para explicar lo que nos acontece hoy al pensarnos desde el bicentenario. Es la capacidad de vernos desde un punto epocal y considerarnos con ello un cisma. Volvernos no parte de la historia, sino comienzo y fin, actualidad de un tiempo que se hizo un presente efectivo por la tradición historiográfica, literaria y filosófica: La Independencia y La Revolución. El problema es que al acto de pensar el presente, en nuestro caso concreto, se le ha sublimado un efecto retórico que vuelve a la toma de consciencia (ilustrada o no) un fenómeno edulcorado, inofensivo y casi adormecedor. Las revoluciones que agitan el pensarse desde el movimiento sagital foucaultiano, epocal, son matizadas por acto de la propaganda festiva. Qué representa el programa de festividades para conmemorar el bicentenario sino un desmantelamiento de la autoconciencia suplantado por alegorías de la heroicidad, lejanas, ajenas a nuestro presente.

Tal vez por todo esto, lo interesante está en rendir cuentas de los mecanismos retóricos del Bicentenario. Para conmemorar las fiestas se ha organizado un buen número de actividades, homenajes y obras públicas. No le ha faltado el pretexto al Gobierno de la Ciudad para bautizar con el mote de “bicentenario” a cada bicicleta que piensa legar a la posteridad. Pero la cosa no es exclusiva del GDF, también el gobierno federal ha ensalzado los hitos mediante una programación especial, comisionada a un grupo de expertos. No cabe duda que una vez más la conmemoración de nuestras guerras civiles sirve como propaganda de un proyecto político. La cultura como género de ficciones sobre el estado se corrobora. Pero no es cosa reciente, lo que padecemos es un mal ya viejo. Cómo he dicho, los dispositivos del cisma son ya retórica heredada. Desde inicios del siglo XX don Porfirio le echaba ganas al festejo del centenario de la Independencia. La opulencia de las fiestas acompañó muestras de arte, ciencia y la construcción del célebre monumento angelical mediante un aparatoso programa propagandístico. Así, al general Díaz no le era suficiente recordar la independencia con una justa rememoración de los valores de la lucha por la libertad y autonomía. No, los ideales eran buenos para la retórica y lo importante fueron los festejos. Al final del día eso fue sólo un aderezo más para lo que se avecinaba ese mismo año.

Hoy la memoria igualmente se nos hace atole. Mucho festejo, mucha retoricidad para referir a los hechos y poca, muy poca consciencia histórica. El anclaje semántico se pasea libremente en nuestro diario quehacer; “que si el bicentenario esto, que si el bicentenario el otro”. Como dice el filósofo Nietzsche cuando habla de “conceptos duros”, se ha convertido a la referencia en objeto por sí mismo. Es decir, que la enunciación “bicentenario” se ha atorado en el flujo de comunicación para representar una oquedad de significado. Se vacía el contenido práctico- discursivo de la palabra y se coloca en los discursos como evocación de todo y de nada al mismo tiempo. ¿De qué sirve que una línea del metro se denomine “Bicentenario”? pues sólo para desligar la conmemoración de una fecha concreta de su carácter histórico. El bicentenario pues se ha vuelto cosa de palabrería, moneda de uso corriente que no nos dice nada sobre el acontecimiento al que remite. ¿Y el hecho histórico? Ése se quedó en las monografías con tipos que más que hombres rebeldes, bandoleros como los fueron Hidalgo y Villa, parecen santones que dan patria a punta de iluminaciones místicas. El temor está, como bien lo desentraña Foucault, en autodenominarse bajo un signo “real”, propio, uno que diga sobre la rebelión y sus avatares, su carácter violento, sus errores y sus atropellos, no sobre su gloria

¿O no? El proyecto sobre el Bicentenario es el festejo, lo edulcorado, lo simpático, no la crítica y el saber. De este efecto letárgico hay que tomar distancia y empezar el año cuestionando a cada héroe, a cada batalla y ante todo las formas en cómo se nos representan en las conmemoraciones pues fue justo así como en 1910 don Porfirio quiso adormecer a las masas y “disfrazar” la revuelta que ya llevaba algunos años en ejecución. Tal vez ahora, en los albores de nuestros centenarios ya haya varias en marcha que se nos escapan de la agenda conmemorativa. Por esto, hoy más que nunca como dictara el maestro Kant: Sapere aude.

vargasparra@gmail.com

miércoles, 6 de enero de 2010

El día del Juguete. Anatomía de la generación de los apetitos infantiles.



Hoy es el día del juguete. Ayer los reyes magos pasaron fríos inauditos, burlaron las redes mafiosas del vandalismo y la criminalidad, incluso abordaron con sus grandes paquetes las cloacas hervorosas del metro, todo para dejar hoy frente a cada escuinclito mexicano su valorado juguete.

Así es. Se dice que el 6 de enero es el día de los Reyes Magos cuando todo el que la ha ejecutado de Gaspar, Melchor o Baltasar sabe que del que menos es el día es alguno de estos tres. Más bien, hoy se alaba a los santos de la mercadotecnia que colocaron dentro de las expectativas de nuestros mocositos el deseo irrefrenable por un juguete cargado de idealidad, cual Beatrice de Dante. ¿O no? Niños de todos los estratos sociales oscilantes entre los 3 y 8 años fueron capturados por la inmensa red de significación iconográfica desplegada por diversos medios publicitarios durante tres meses. En efecto, los párvulos fueron indiscriminadamente manipulados vía televisión, radio, cartel, internet y hasta mensaje de texto. Los cerebros de millones de chamacos fueron extraídos de su cotidiana manera de entretenerse para ser depositados al interior del mundo de deseo consumista. De hecho, lo asombroso del movimiento propagandístico es el mecanismo por el cual ejerce control sobre los apetitos de los niños. Esta manera no solo de acceder, como lo hace a diario la televisión, sino de dirigir la realidad infantil hacia la conveniencia del capital es una estrategia que cada año se hace más sofisticada. Reparemos en los tejidos de la publicidad juguetera, ¿sobre cuales elementos montan la colocación del juguete en la mente del niño? Quien tenga hijos, sobrinos, hermanos de edades preescolares o primarias ha sido testigo de cómo se configura el apetito material del juguete para este 6 de enero: en la proyección de un prototipo de imagen de sí mismo lo más distante posible con las condiciones propias de su edad. Es decir, basta con ver una hora de televisión infantil para darse cuenta de las características esenciales de los ideales sedimentados por los discursos propagandísticos del juguete y juego infantil y observar la intencionada campaña de crecimiento acelerado. En cada referente hacia la calificación de un objeto lúdico en la publicidad se halla la intención de asemejarlo con un mundo adolescente, saturado de incógnitas para los niños, mismas que son usadas como detonantes de la curiosidad y el deseo. ¿Acaso no hay cada vez un mayor empleo de lenguajes puberales en los discursos dirigidos a los infantes? Existe la ambición de adelantar las apetencias de los adolecentes en lo niños justo porque el mercado de los jóvenes es de mayor remuneración pues se fija sobre la vanidad propia de la preocupación sobre la apariencia del galancito o damita que despierta al llamado hormonal. Mientras el niño juega y la finalidad de su acción es la pura liberación creativa, los medios de satisfacción a su juego serán tantos como su libertad imaginativa lo demande. Lo negativo para la industria del juguete es entonces que los chiquillos y chiquillas se entretienen con cualquier objeto depositario de su realidad lúdica; desde un juguete pensado para el acto concreto de la simulación del mundo de los mayores hasta una caja o piedra portadora de la codificación lúdica supeditada al imaginario. Vemos pues la conveniencia de adelantar los referentes lúdicos a la realidad puberal puesto que se enlazan los actos a la necesidad del mercado de consumo; el juego de parecer a la moda o dominar un extreme game depende completamente de contar con un conjunto determinado de objetos promovidos por el capital; discos, ropa, accesorios, aparatos electrónicos, etc. Así, lo que mueve los apetitos de los morritos desesperados por el juguete del año no es más que la lógica del consumo.

La cuestión se prepara todo el año, desde hace una década la industria cinematográfica volvió a mirar en el público infantil un gran consumidor taquillero y ha venido dedicando temporadas veraniegas y decembrinas a la exhibición de films con clasificación A o AA. Con esto se va construyendo la figura más rentable para el mercado juguetero. Hemos visto esto desde la aparición de Toy Story hasta Cars, pasando por Shrek o Bratz. El producto se muestra por primera vez, en acción con grandes efectos y toda la industria creadora detrás, luego se publicita en la taravisión hasta el cansancio (los programas de media hora llegan a tener 13 minutos de duración y el resto de comerciales) para finalmente ser puestos a la venta frenética en las compras de pánico de diciembre y enero. Hasta aquí vemos la forma de operar de la fenomenología publicitaria del juguete, pero ¿qué hay de la aceleración de los apetitos? En el año 2007 se proyectó en verano, la temporada de mayor afluencia a las salas por parte de los párvulos, Ratatouille por lo cual, según lo esperado (la lógica estreno del producto-publicidad-consumo), en 2008 debería de estar lleno el mercado de juguetes aludiendo a las aventuras del Remi y Lingüini. Sin embargo no fue así, apenas se vieron en tiendas o puestos algunos peluches parlantes del ratón y compañía. ¿Por qué? Lo mismo pasó al año siguiente, en 2008, con Wall-E, sobre la cual no se invirtió casi nada en juguetes alusivos. Una más, el reciente 2009 con Up, simplemente no se aparecieron ni juegos, ni juguetes referenciales al film ahora en temporada navideña y reyes. En contraste, cada vez más, desde 2006, se encuentran a la venta artículos aludiendo al éxito mercadotécnico de Cars, esto muestra la preferencia de la industria por alimentar el consumo de la imagen del un joven y sus aventuras de gloria y conquista. Mc Queen es un vencedor que aprende a valorar sus triunfos mediante el apoyo de amigos y novia. Sabe que su sueño material es sólo proyección de su deseo de ser querido, sin embargo la explotación de la imagen del carro muestra cómo si el niño promedio hubiera estado en los zapatos (o llantas) de Mc Queen hubiera optado por la vida de satisfacción material. La atrayente imagen de los carros publicita el consumo de adultos adelantados de niños que cuando jóvenes buscarán comprar su carro rojo con el número 95 en las puertas. Como contra ejemplo las otras historias de las apuestas cinematográficas de Pixar para niños desde 2007 hasta 2009 no funcionan así. Sólo por tomar una muestra, el caso de Remi es justo lo opuesto. Ratatouille va dirigida a negar la apariencia como criterio de valoración. Es la historia de una gran derrota en aras de la pequeña victoria; ser el mejor cocinero de París es cambiado por ser el cocinero ideal de un grupo pequeño de amigos y familia. Ambos son la historia de un joven que busca la victoria pero la diferencia está en la valoración de la apariencia; finalmente Mc Queen vuelve bello el pueblo miserable de la ruta 66 y Remi vence al crítico sirviendo un platillo calificado como vulgar. Lo que la industria promueve es la historia de un joven consumidor, un mundo donde no aparecen niños ( en Cars no hay carros niños) frente a uno donde la gran lección es justo el valor ontológico de la niñez (el platillo “ratatouille” hace recordar un momento único en la vida del crítico Ego, su niñez).

Ni hablar, frente al gran monstruo conductor de apetitos está duro competir, no nos queda más que pensar en la enorme maquinaria operando detrás de las preferencias de nuestros niños, jugar con ellos y disfrutar de un chocolatito con rosca ora que nos está partiendo el frío.

¿Quién es el juguete ahora?



Habiendo pasado el Santa Claus y los Reyes Magos fuimos testigos de un enorme despliegue a través de los medios de comunicación, un sin fin de publicidad en la búsqueda por capturar las preferencias jugueteras de los infantes. Vimos cómo los amos de la publicidad usan diversos recursos, cada uno dirigido a un tipo distinto de niño, en pocas palabras, se construye el comercial indicado con el mensaje más directo y la intención más escondida, todo con la única finalidad de cubrir por entero el mayor rango entre la multiplicidad de los gustos infantiles. El estudio de esta mercadotecnia es muy sofisticado, da la impresión de que existe al menos un juguete ideal para cada niño consumista. Esto por la ingeniosa labor de recolección estadística de preferencias que les permite a los publicistas construir tipos infantiles, al más puro estilo taxonómico, para establecer el modelo de juguete con mayor éxito en el mercado. Pero, tal vez, el mecanismo más complejo es que dicho modelo corresponde al tipo infantil casi como molde que planea y regula las prácticas lúdicas, los modos, tiempos y desarrollo de una actividad que por definición es (o era ) libre. Y es que, justo ahora, surge la pregunta por, la llamada por los teóricos, libertad del juego. ¿Son, en verdad, libres los Niños cuando juegan? ¿ qué existe detrás de sus juguetes?

Estos, los nuestros, son tiempos de la industrialización del juguete. Es decir, el juego, como ejercicio de la fantasía, como mimesis del mundo que dota de sentido y encauza la realidad para los niños, hoy en día se halla dirigido por un juguete, clara y llanamente intencionado por una ideología en particular. Esto, como lo describe Aida Reboredo en un libro escrito hace más de veinte años, es la transformación del juego en un acto político. Para comprobar que no sólo la tesis del juego como acto político tiene vigencia en la actualidad sino que, más aún, se ha venido ampliando y haciendo mucho más compleja con el desarrollo de los juegos de video y el mundo virtual del Internet, vasta, tan sólo, echar un ojo a los juguetes más publicitados y, por tanto, los de mayor demanda en las cartas a los Reyes Magos. Las grandes empresas jugueteras han venido reconceptualizando el trillado argumento de los clásicos juguetes de niño y niña. Replantearon desde hace algunos años el lenguaje iconográfico de las muñecas, los héroes de acción y los minicarritos comunes. Establecieron parámetros, en conjunto con los monopolios del consumo, que dejan al descubierto el rasgo moral que desde su invención el juguete industrial forma y estimula en la infancia. Construyeron maquetas del mundo el consumo, haciendo microcosmos que representan, con un lenguaje accesible para los niños, la frivolidad y derroche de la realidad en la que, estos monopolios, pretenden que los adultos vivan. Así, la mercadotecnia valora, como nunca antes, la importancia del juego, su valor pedagógico, su relevancia en la formación psicológica y moral del niño y, sobre todo, la capacidad que tiene para crear y recrear lenguajes; códigos de trato con la realidad. Al idear muñecas que se desenvuelven por la vida asumiéndose “apasionadas por la moda” insertan en la mente de las niñas una significación del mundo adulto, proponen una forma de relacionar las imágenes y sonidos que aparecen en los medios masivos de comunicación. Este tipo de muñecas encierra una metáfora del mundo refigurándolo para formar a la mujer banal empecinada con “lucir a la moda”. Crea la necesidad de masificación y uniformidad al establecer patrones para vestir, originando el deseo por acoplarse a la pasarela del mes. Busca sembrar el lenguaje de la mujer vacía que se ahoga entre vestidos, zapatos y accesorios costosos, símbolo de aquel ambiente de excesos de las supermodelos.

En los niños aquella vieja línea de los ideales bélicos se ve ahora opacada por algo más rentable. Antes eran ejércitos de ánimos colonialistas (nada más reprobable) hoy son héroes que promueven, además de violencia, el consumo del mundo extremo. Es cierto, todo para estos hombres de acción es extremo. Valiéndose del desarrollo comercial que los deportes extremos tienen en el mundo, se forman las expectativas de que un héroe es ese que va por la vida venciendo al mal con su bicicleta de montaña o su equipo de buceo. El mercado crea al metrosexual adulto desde niño, preocupado por aumentar sus músculos y luchar contra la vejez sin importar el costo de la terapia o el aparato ejercitador. Vencer a la maldad, lograr la libertad duradera hoy, para los hombres de acción, depende de cuan extremos sean los mecanismos con los que se equipa. Bajar a rapel, escalar una montaña, remar en un río deja de ser una actividad de excursión o recreación en familia se vuelve, desde la perspectiva de ese mundo extremo, un reto al peligro, un jugar entre la vida y la muerte pero, ante todo, siempre ayudado del mejor equipo deportivo, el más costoso y el más publicitado, creado por tecnología de punta y colocado en el mercado desde que el niño tuvo su primer hombre de acción.

Hablar, entonces, en términos del juego como acto político es ver como la industria crea mentalidades a través del juego, forma a los consumidores desde la infancia. Pone de relieve lo que teóricos como Piaget, Lacan, Claparede, Huizinga y Gadamer, entre otros, proponían en sus textos: El juego es la actividad por excelencia del hombre. Y si, como decía Schiller: “Solo jugando el hombre es hombre” entonces jugando, hoy en día, guiado por el juguete industrial el hombre se vuelve instrumento de la industria. Finalmente, que estos juguetes contengan un lenguaje propio, dirigido hacia un fin en concreto no debe determinar la actividad lúdica de los niños. Si la mercadotecnia se encarga de poner en relación al juguete con todo un sistema de consumo, la desvirtualización de estas metáforas se encuentra aun en manos del padre que orienta al niño. Lo importante es que sea el niño quien dirija al juego, lo determinante es el modo de jugar. Al menos, lo que quiero pensar, es que existen opciones y que la educación de nuestros hijos todavía nos pertenece, por más que los medios masivos de comunicación crean lo opuesto.

lunes, 4 de enero de 2010

El oasis de la juventud perdida. Un ardid de nuestras insatisfacciones.





El alcanzar la fuente de la juventud desde épocas milenarias ha sido el anhelo que acompaña al envejecimiento de los hombres. Las fábulas entorno a las expediciones en busca de elixires, artilugios milenarios u objetos excéntricos que devuelven al ser humano su lozana existencia jovial son parte ya perpetua de un género en las aventuras literarias, las ficciones cinematográficas y los churros de la caja idiota. Quizá, no es el momento de reseñar las epopeyas de los viajeros medievales y renacentistas en la búsqueda de tan apetitoso tesoro. Hablar de las circunstancias históricas sobre hombres monstruosos, habitantes de las tierras antípodas, que contenían los secretos milenarios de los cuerpos en eterna mocedad. Aquellas crédulas de fanáticos de las leyendas homéricas que localizaban topográficamente los terrenos donde la ambrosia fructificaba los dones de la inmortalidad del Olimpo. O las creadas por la mentalidad del cristiano fervoroso que, al observar los límites orientales del mundo, contemplaba las tierras del paraíso original como única vía de retornar a las fuerzas imperecederas de Adán y Eva. Mas en los tiempos de rememoración nostálgica por el año que nos abandonó, es casi inevitable volver hacia atrás y tratar de comprender el misterio enajenado a la obsesa mirada, de hombres y mujeres, a las arrugas, a los vestigios de otro año que se fue y de paso se llevó nuestro aire de juventud y nos dejó la apariencia más decadente, menos vivaz y cada vez más cansada. Resulta, pues buen momento de reseñar otra modalidad de la heurística sobre el botín de la juventud eterna. Si aquellos hombres embebidos de una portentosa imaginación miraban real la posibilidad de conservar el vigor del joven era, primordialmente, por una razón. Dentro de la inevitable decadencia del cuerpo, existe un rasgo de la apariencia física que despierta las suspicacias sobre la conservación de la vitalidad y que lucha contra la vejez; la sexualidad. ¿Acaso no es aun el tópico de la regeneración del vigor sexual un ardid de la publicidad combativa en la campaña contra los rasgos físicos de la vejez? Es evidente, el hombre nace, crece y muere y en el periplo se desarrolla sexualmente como una manifestación material del apogeo y decadencia de ese vigor. La pérdida de las fuerzas sexuales ha sido considerada por este frente contra la vejez como una señal de la morbilidad y, más todavía, de la mortalidad del cuerpo. En efecto, al hablar de la conservación de la juventud existe una referencia subterránea al apetito sexual, al impulso erótico que ya no se ve cubierto con la misma respuesta de antes. Y es que al poner en el contexto de la materialidad del deseo el asunto de la búsqueda de la fuente la juventud se puede llegar a comprender la obsesión del aventurero, el navegante, el conquistador, el anciano y el metrosexual por no degenerar en la actuación sexual, o por volver al dinamismo erótico de antes. Nos hacemos viejos y en el trance nuestros apetitos ya no encuentran la saciedad de cuando jóvenes justo porque es el propio cuerpo el que se agota en la capacidad de goce. La arruga es signo de la pérdida, pero el verdadero significante es la salud, la conservación de la energía vital que nos mueve día a día. En estos términos se lee el debate a mediados del siglo XX en nuestro país sobre el desarrollo de la medicina. La endocrinología crecía en Europa gracias al descubrimiento en laboratorio de las hormonas sintéticas y su uso dentro de la regulación orgánica de los individuos alterados o decadentes, según sus diagnósticos. La ciencia encontró en la intervención endócrina una forma de modificar rasgos de la naturaleza humana que parecían destinar a la humanidad a su degeneración. Recuperar la salud era una sentencia asimilada bajo la mirada reguladora de los flujos glandulares. Pronto este saber innovador se desplegó por el mundo como el anuncio de un secreto escondido dentro del cuerpo mismo. El uso profesional, experimental y aficionado de las hormonas se popularizó al grado de llegar a ser administrado por cualquier sujeto, con finalidades perversas o ingenuas. Así, siendo la androsterona, como forma primordial de la hormona masculina, aislada por primera vez en 1931 se comenzó a especular sobre la experimentación química dentro y fuera de los laboratorios. Con esto, cerca de 1944, Paul de Kruif escribe un ensayo sobre su deseo de hallar el secreto de la juventud perenne. Ahí De Kruif describe el proceso en el que se vio envuelto para someterse al tratamiento recién descubierto por el Dr. Herman Bundesen en Chicago, para rejuvenecer a los viejos mediante la experimentación con la androsterona. El texto, además de divertido, muestra lo contundente del imaginario sobre las fuerzas secretas de la hormona masculina para revivir el vigor perdido. Los métodos de Bundesen parecían más cercanos a una lectura detenida de los tratados hipocráticos en su versión caracterológica del siglo XIX. El secreto de la juventud estribaba en virilizar al hombre mermado en el desgaste de su naturaleza sexual, pues Bundesen estaba seguro de que la fuerza vital se localizaba en la secreción de la hormona masculina dentro del torrente sanguíneo. Reavivando sexualmente al cuerpo se recobraban, según este método, el apetito natural que empuja al cuerpo a la lucha, la competencia y la búsqueda de medios para satisfacer las necesidades elementales. De esta forma el hombre se hace más hombre y recupera su plenitud sexual, ¿y la mujer? La administración del elixir comprendía a las damas de la misma manera que la evolución sexual diseñada en la época lo hacía, como parte de un nivel pasajero de la escala hacia la virilidad. Es decir, que como buenos machos, la lucha contra la degeneración quedaba caracterizada como parte del combate a la feminización de la especie. Por lo tanto, entre más viriles, más jóvenes; entre más afeminados, más viejos.



Vemos, pues, cómo los métodos endocrinos para pensar el problema son justo como anunciamos el secreto de la juventud. Si parece que nos avejentamos es en gran medida porque nuestro aspecto parece menos atractivo para el sexo opuesto. La búsqueda contemporánea de la eterna juventud tiene la misma lectura sexual sólo que la clave se coloca en lucir más y más atractivos en la lógica del consumo erótico que promueve la nueva ética sexual. La guerra contra la decadencia ya no suministra hormonas, interviene con cirugías estéticas, modifica con cosmetología, erecta con el viagra y hasta crea apariencias virtuales donde la marca del paso de los años se nulifica por completo. El mercado promotor de los apetitos carnales es el que coloca las herramientas reintegradoras del vigor sexual de la juventud precisamente porque la resistencia a la vejez se ha sedimentado en la cultura aun con más fuerza y patetismo que en el mundo antiguo o en las novilladas de la experimentación endocrina. Sí, ya valió… nos espera otro año, más canas, menos ganas y mucho pero mucho más padecimientos que sumar. ¡Salud!

domingo, 3 de enero de 2010

Fisiología del magalómano.

En 1962, el genio de Aldous Huxley revelaba uno de sus últimos frutos en la novela La isla. Este enigmático libro contenía las sentencias finales del escritor sobre aquellos temas desbrozados en su famosa obra, Un mundo feliz. Huxley había regresado sobre las ideas que dieron origen a su distopía como una manera de ajustar cuentas, delineando un reflejo optimista contrario de aquello que tan sarcásticamente había condenado a la frivolidad. Entre una docena de temáticas, Aldous piensa el problema de la educación y el estudio de criminales. Es de notar la manera de aproximarse a la criminología, puesto que establece categorías fisiológicas sobre un método endócrino, bastante difundido en la época. Veamos de qué trata puesto que sus conclusiones nos atañen directamente.

Huxley recrea en su novela un escenario donde el protagonista se adentra al estudio pedagógico que la sociedad perfecta establece para tratar con los criminales antes de llegar a serlo. En la trama, Will, el héroe, se pregunta sobre cómo tratar el problema del poder en una supuesta sociedad de iguales, ¿qué pasa con la educación de los líderes natos?, ¿existen? Sobre el tema, los especialistas de La isla responden en términos de la “canalización de poder” a temprana edad. No existe mejor profilaxis sobre los riesgos del poder que el trabajo de prevención, según escribe Aldous. En la ficción, el Dr. Robert viaja a Londres algún tiempo para trabajar sus teorías sobre la anatomía y fisiología del poder en un estudio de campo, en las prisiones estatales. Luego de una gran captación de informes, el Dr. Robert piensa sobre la relación entre el tipo de personas que llegan a cometer los crimines y su constitución fisiológica. Aquí existe algo más que la vieja biotipología de Viola, Pende, Lombroso y Galton no termino por dilucidar: la endocrinología en función del medio. Tomado lo que necesitaba, el Dr. Robert regresó a su isla y construyó una profilaxis endócrina sobre los niños en potencia de criminales. ¿Exámenes que detectan la peligrosidad del individuo? Sin duda, el argumento de Huxley suena a la cacería eugénica que los nazis argumentaron para erradicar la degeneración de la especie y llegar a su superación. Pero lo que piensa aquí nuestro utopista no es más que localizar en el plano fisiológico las condiciones de la ambición del poder, aquellos elementos de la bioquímica del criminal que dieron como resultado una vida dedicada al reforzamiento de las carencias. Me explico.

Según lo escribe Huxley existen dos tipos de constituciones endócrinas del poder que devienen en peligrosos criminales pues ambicionan el liderazgo y control de la sociedad: el tipo Perter Pan y el tipo Musculoso. A decir de Aldous, ambas formas endocrinas son desdoblamientos del placer y su descarriamiento ha dado origen a los más temidos monstruos de la historia. Para hacer referente al Peter Pan escribe sobre Hitler. Su anormal condición de crecimiento retardado le hizo acumular sus frustraciones infantiles y puberales en deseo de control de las masas y un apetito feroz por detentar un poder que su biología no le podía otorgar. La causa, un mal funcionamiento de sus glándulas impidió un crecimiento sano de su cuerpo, manteniéndolo al margen de las competencias físicas, de las bohemias eróticas o de los pleitos coloquiales. El efecto, un ser anómalo cuya inferioridad física engendró megalomanía. El otro caso es el del Musculoso. Para éste, Huxley halló referente en Josef Stalin. Este ser mantiene su desproporcional supremacía física sobre el resto como una forma de extrovertimiento ilimitado. Su condición de abuso corporal se traslada en un impetuoso aplastamiento sobre aquello que se interponga a su apetito. El poder que Stalin detentó no es más que un reflejo imaginario propio del musculoso, donde todo cuanto le rodea le pertenece, por el simple hecho de tenerlo a la mano. Es simple, la apoteosis de la vanidad como patrón de conducta es su principal característica. Así, sentencia Huxley, estos seres jamás deben llegar a tener control político pues sus desequilibrios orgánicos han generado traumas y condicionado conductas inevitables en su proceder y en su perspectiva del mundo. Mas, aun evitando la detentación de poder para estos sujetos, su extraña apetencia de placer mediante las formas de poder, les obliga a cometer actos delictivos o conductas violentas perjudiciales para la convivencia social.

Luego de observar la naturaleza endócrina de la megalomanía, los niños de La isla son examinados por completo. Localizados aquellos individuos en potencia de Peter Pan o Musculosos, de Hitler o Stalin, son llevados a tratamientos hormonales para impedir anomalías en su funcionamiento y la generación de apetitos de poder descarriados. ¡Vaya profilaxis de la megalomanía! Un diagnóstico de la ambición y la cratofilia mediante el estudio de sangre y complexión.


Aunque suene hipocrático Huxley ha visto bien un problema para proponer una salida. La biotipología sólo se contentaba con la denuncia, la terapia era solo parte de la readaptación del delincuente a la sociedad. Acá Huxley piensa en un programa de prevención tan operativo que hasta la fecha parece funcional. ¿No es el caso de los últimos días donde hemos escuchado de los resultados de estudios en Londres sobre la portación de armas por abuso infantil? Hace un par de semanas los británicos llegaron a la conclusión de que la causa mayor de crimines infantiles es el maltrato que los pequeños reciben por los mayores. No tiene mucho que se reveló el asesinato de una niña de 3 años en manos de un par de escuincles de 7 y 8 años en el mismo país. Los gringos se despiertan a diario con noticias sobre la muerte de menores víctimas de venganzas escolares. En México también se cuecen habas. La extorsión de los grandulones a los enanos es cosa vieja pero la recurrencia a la venganza mediante armas blancas va en aumento. ¿No es cuestión de encauzar apetitos y placeres mal orientados pero innegablemente despertados por detonantes hormonales anómalos? No pensemos en promover el examen de sangre y equilibrar el flujo glandular de los peques y gigantones. Reflexionemos sobre las consecuencias de crecer en entornos escolares o vecinales donde la violencia entre niños se vuelve engendradora de odios perpetuos que se funden en la aprehensión cotidiana del mundo. Eso tiene, como Huxley ve, una enorme relación con las formas del poder que adapta un país. ¿Qué dice sobre los mexicanos la figura del líder político chaparrito, pelón y parlanchín? Salinas de Gortari es ante los ojos un anómalo Peter Pan que no sacia el poder en lo biológico y vaga por los estrados políticos del Estado demostrando una superioridad y control ficcional. ¿Qué cosa habrá de reordenarse en los ambientes escolares para evitar este tipo seres frustrados, rencorosos y megalómanos que tanto pululan en la clase política mexicana y tanto caracterizan nuestra fisiología caracterológica del poder? Como vemos todo comienza con un “nos vemos a la salida” mal procesado. vargasparra@mail.com


sábado, 2 de enero de 2010

Entre Héroes y Conejos. Apuntes sobre la escopofilia sadiana en la niñez.




Sin duda una de las más grandes preocupaciones de nuestros días es el imaginario violento en el cual los niños del siglo XXI se desarrollan. Es cosa de mirar más de 4 minutos el televisor, el video del celular o las páginas web en que nuestros hijos divagan. El ejercicio es nutritivo a más no poder. Se vuelve un lugar común de denuncia la trillada situación del exceso de violencia en los programas y videos infantiles, pero ¿enserio existe en ellos mayor violencia que en aquellos de los años mozos de nuestros padres y quizá abuelos? Hace poco miraba las caricaturas de Cartoon Network con mi hijo y su abuela, sucedida una escena donde el villano de las Chicas Súper Poderosas, Mojojo, era masacrado en espectacular gancho al hígado por la implacable Bellota, mi madre aposto una radical sentencia “los programas que yo veía de niña sí estaban bonitos”. Llevado por la intriga propia de un laboratorio pavloviano, cambie de canal al Cinco XHGC, donde, como es costumbre desde hace años, repiten los episodios de los antiquísimos Tom y Jerry. La cosa cambió en el seño fruncido de mi madre y realizo una observación sobre el acabado de las formas y la pretensión de ternura del ratón y gato. Aunque mi hijo reprochó el cambio se detuvo a admirar la acción, no tardó ni cinco minutos en disfrutar del sentido del humor derivado del sadismo escopofílico de mirar como un ratón hiere sin sentido al pobre gato. Este trance me sirvió para reparar en el choque generacional sobre la representación de la violencia en los programas infantiles.

Por lo menos, la generación de jóvenes (y no tanto) que crecimos viendo al Correcaminos tenemos los elementos psicoanalíticos para diagnosticar los usos de la violencia sobre las cuales formamos nuestro sentido del humor. ¿Acaso el buen conejo Bugs no fue revelando una estructura cómica de la agresión tal como los Tres Chiflados y hasta Chaplin la descubrieron? Ante los ojos vemos en la historia de los dibujos animados cómo la adopción de fórmulas del garrote y la huida se fueron sedimentando quizá con mayor poder en las mentes infantiles que las épicas de Superman o Spiderman tan tardías en este mercado televisivo. Mientras el género de los Súper Héroes se estancó en la industria de la historieta, las aventuras de los animales que se golpeaban unos a otros por el simple hecho de desatar la carcajada sádica conquistaron el imaginario infantil. En una palabra, el campo de incidencia del grupo de bienhechores se petrificó en la solemnidad de los soldados de guerra que planean defender al mundo de locos fascistas o científicos degenerados, en esto no existe nada de chiste, por otro lado, en un abierto panorama de recreo las fantasías animadas de ayer y hoy se postraron en cada uno de los momentos chuscos del ocio familiar. Acá existen varias situaciones a discutir, sin embargo lo que me interesa destacar es la conducta fomentada a partir de la composición cómica de las series, por el simple motivo de saber dónde se localiza el principal factor de estimulo a la violencia y cuál es su rasgo más común.


Si seguimos a Ortega y Gasset en su filosofía de la historia podemos distinguir el proceso de sedimentación del imaginario violento mediante generaciones. Quienes crecieron alrededor de las series cómicas de los Looney Tones podrán hacer el ejercicio de mirar lo que ven las nuevas generaciones y tratar de comprender el uso que la violencia tiene en estas historias. En contraste con lo representado antaño hoy la agresión, en la mayoría de los casos, contiene una finalidad precisa cada vez menos banal: salvar al mundo. Mientras Bugs y compañía se maltratan con el vacio fin de lastimarse de la forma más risible, la épica de las series actuales crece sobre la encomienda de salvar a todos de un gran mal y divertirse mientras lo hacen. No es este el lugar para localizar el incentivo pulsional del regreso de los héroes al género infantil pero si cabe apuntar que la retórica de propaganda de la invasión a Medio Oriente jugó en esto un factor sustancial. Reprobable siempre, el abuso de la agresión en las zagas de súper héroes es la materia prima de la denuncia adulta sobre los que ven los niños. Pero quiénes somos los padres para juzgar la masacre al malandrín si hemos sido formados en la escopofilia sadiana del maltrato al otro. Por supuesto que debemos de ser selectivos con lo que consumen nuestros niños pero quizá debamos también reparar en las consecuencias del beneplácito del recreo violento de tortura entre un ratón y un gato, un conejo y su cazador o un correcaminos y un coyote. Todos tenemos cola que nos pisen.


La efectividad de uno y otro sistema de la representación del maltrato tienen un interesante registro de incidencia. Haciendo cálculos y cayendo en el absolutismo de la responsabilidad televisiva, la risa por el golpe puede observarse coronada en el tumulto de videos de You Tube donde inocentes son víctimas de sujetos que masacran a golpes solo para subir el video a la red. Estos jóvenes, disparatados, son seres extraviados en el humor negro de recreación de las secuencias cómicas de los Looney Tones. No se puede evitar señalar la tensión ocasionada entre sus mentes extraviadas y las figuraciones sádicas de la comicidad de la agresión inventadas por los gringos como estrategia de recreo. No es esto una disculpa, todo lo contrario el ejercicio de localización de un mecanismo reflejo de condicionamiento de una generación al porrazo y la carcajada es justo para la evaluación de los criterios estéticos con los que juzgamos lo atractivo o repulsivo de un evento, serie o acto transmitido en televisión, cine o internet. Golpear a un Emo tiene, obvio, una carga discriminativa indiscutible, pero además contiene un impulso derivado del sadismo cómico con que estas generaciones fueron condicionadas por los discursos visuales durante su niñez. Más allá de lo bueno y lo malo, desgraciadamente, la sencillez de las tramas cómicas de la risa por la agresión fue estableciendo asociaciones extrañas entre golpear, mirar y reír. Por ello la necesidad de estos agresores de grabar sus ataques y subirlos a la red.

En fin, para nuestros males y siguiendo al pionero psicoanalista en México, Santiago Ramírez, los eventos de la niñez nunca abandonan el estado psíquico en el adulto “infancia es destino”. El factor de condicionamiento a la risa por estrategias de agresión es algo que acompañará a toda la generación que crecimos en la escopofilia de la violencia Looneytoniana. La pregunta es ahora ¿de qué manera conformará la violencia épica de salvar al mundo mediante la agresión la mente de las nuevas generaciones? Mientras lo descubrimos no estaría mal acompañar a nuestros niños a mirar la televisión y detenernos a pensar porque tal o cual cosa les causa tanta risa.

viernes, 1 de enero de 2010

Del soma, el moksha y las puertas de nuestra percepción.




Huxley es reconocido por ser el creador de una de las distopías de la era industrial que mejor reflejan el antihumanismo y decadencia generada por la mecanización del mundo y la especialización científica. En Un mundo feliz el autor describe una sociedad donde la ectogenesia y el condicionamiento han construido hombres dedicados al placer físico, sin represiones ni continencias morales, pero dedicados al fortalecimiento político y moral del Estado. El punto fino del texto aparece cuando Huxley plantea el control de las reacciones del ser humano justo en una sociedad que no concibe la existencia de la individualidad fuera de la mecanización de la producción en serie. En un mundo en el cual el sexo y las experiencias sensoriales no tiene contención y los normas laborales del mundo industrial traspasan las barreras de los centros laborales, estos sujetos son educados bajo una ética hedonista de liberación constante de los apetitos, sin restricción, sólo la obtención de placer fácil sin represión ni reparos kantianos sobre la conveniencia o no de los actos. Si lo que se busca es la felicidad mediante la satisfacción inmediata como mecanismo de control de las rebeliones e indisciplinas que promueve la represión de los deseos, lo que se debe asegurar es la inhibición del displacer, de los sentimientos desagradables y las resacas morales. Como solución a la voluptuosidad de la emoción humana este mundo feliz ha diseñado una droga especializada en el control de las reacciones violentas o la tristeza. El soma, como Huxley le bautiza, otorga una fuga de lo real hacia un espacio y tiempo interior de experiencias psicológicas, sensibles, satisfactorias y regeneradoras de la idea de bienestar total. El soma libera de la tensión de la vida cotidiana y remedia los excesos de las pasiones humanas para orientar los deseos de los sujetos en una atmósfera de tranquilidad e integración de los individuos a la colectividad, pues el Estado es el principal promotor del diario consumo de este fármaco.

Años más tarde, en 1954, Huxley escribe su famoso ensayo Las puertas de la percepción, el mismo que inspirara al grupo The Doors a denominarse de tal manera. En él, Huxley describe sus propias reacciones físico-psicológicas al consumo de mezcalina como parte de una experiencia que canaliza la segregación de adrenalina mediante el torrente sanguíneo. La diferencia, según Huxley, es que el vehículo psicotrópico otorga los mismos beneficios de la adrenalina pero extendiendo el proceso al grado de poder vivir el mundo cotidiano, bajo el influjo del estimulante glandular, pero sin la sensación de pánico y temor inmediato, propio de la secreción adrenalínica en el organismo. Lo que Huxley pudo hallar claramente es que su vieja preocupación de 20 años atrás sobre el soma encontraba, para la década los cincuenta, una posibilidad fáctica de realización mediante el estudio de los hongos alucinógenos. Es decir que la sustitución de la adrenalina mediante un fármaco capaz de producir una experiencia detenida del cronotopo de placer podía significar un acercamiento al diseño de una droga inhibidora de las reacciones violentas e incontrolables del ser humano. La experiencia psicotrópica que Huxley describe en Las puertas de la percepción comprende la abstracción de las formas elementales de la naturaleza en los objetos inanimados que lo rodean. Huxley es invadido por un mundo de sensaciones extraordinarias que rompen la simpleza de lo cotidiano en la percepción incontenible del genio propio de un artista renacentista o barroco.

Años más tarde, en 1963, Huxley escribe la contrapropuesta de Un mundo feliz, basado precisamente en la función de la droga como partícipe de la conformación de un Estado. En La isla, el moksha es usado no para evadir la realidad en la inhibición del displacer sino en la introspección de la conciencia. El pueblo de Pala sedimenta su valoración de la vida en la experiencia mística del moksha tal como las narraciones occidentales han creído reconocer la función político-religiosa del peyote y la coca en las culturas mesoamericanas antiguas. Como camino hacia el interior, la medicina moksha, revela el cielo y el infierno personal para conocer la grandeza y la miseria de nuestra propia estructura mental. En un momento de iniciación colectiva, el suministro del moksha por parte del Estado tiene la finalidad de mostrar un mundo vedado por las apetencias materiales en la era del consumo y hacer posible un singular proceso de autosatisfacción, en cada ciudadano, mantenido al margen en el mundo Occidental, ante las conveniencias de la sociedad capitalista.

Estos son paradigmas de la droga que reconstruye Huxley ante sus lectores. En nuestro caso vale la pena cuestionarse sobre las sanciones ético-jurídicas del consumo más que el paliativo político ingenuo del suministro controlado para enfermos. Es cuestión de reconocer, como lo hacemos todos en el caso del consumo ritual del peyote, que el consumo de la droga es cultural. Cultural en el sentido que lo es toda adicción como el tabaco y el alcohol; como reflejo de las formas de satisfacción de los apetitos del instinto. Y esto, no nos hagamos, tiene un mercado y como tal un precio atado a la oferta, demanda y rutas comerciales. Nuestros narcoparadigmas no son otra cosa sino meras configuraciones culturales alrededor de un producto enajenado por la alta demanda creciente entre los jóvenes. El consumo, sus efectos y adicciones no dependen más de las trabas jurídicas que de la formación y educación que cada ética genere o se invente, según sea el caso.