Ayer se llevó a cabo en varias ciudades del mundo la Marcha Mundial de la Marihuana. En este contexto uno de los presidentes de la Federación Mundial de Asociaciones Cannábicas, Martín Barriuso, declaró que espera que la Marcha Mundial de la Marihuana del próximo sábado sirva para "normalizar el uso de esta sustancia" mediante su propuesta de crear clubes sociales de fumadores de marihuana, dentro de un marco legal de cultivo y consumo que "no precisa denunciar los trazados de la ONU ni modificar el Código Penal". Según él, el autoconsumo sabotearía el narcomenudeo y permitiría tener vigilados a los consumidores en espacios restringidos a la exploración lúdica de los alucinógenos. Bajo este enfoque, Barriuso perfiló a las manifestaciones internacionales de este sábado como un impulso "para que los políticos cambien su respuesta de contestador automático" y "admitan el fracaso de las políticas de drogas".
Sin duda es de destacar la demanda de los cannabisfílicos para nuestra experiencia de la lucha antinarco. En nada sorprendería que, la propuesta de este político español, se permeara a distintas ligas internacionales de promoción de la legalización de la marihuana como un dispositivo de reconocimiento social del consumo. Creando estos clubes de tolerancia y autoconsumo sin duda se abriría un paradigma distinto que haría lo propio para desmantelar el dogmático referente del drogo criminal que tan tradicionalmente se sedimenta en nuestro país. Claro, no es que en nuestra sociedad actualmente no existan comunidades de autogestión que promuevan el libre consumo y exploración de psicotrópicos.
Basta con dar un recorrido por recovecos urbanos y apreciar el tufo para comprobar la existencia de hermandades alrededor de la mentada plantita. Más bien, el apunte sobre los clubes de autoconsumo aprovecha la coyuntura en la que aparecen las propuestas de legalización que rondan los debates sobre el fracaso y costos de la campaña militar antinarcotráfico y los recientes eventos en el norte del país donde se ha criminalizado la figura del consumidor al grado de, en primera instancia, justificar la muerte de jóvenes estudiantes víctimas del enfrentamiento entre militares y narcos. Poner de frente al discurso oficial la nota de que en el marco de protestas internacionales se abandera la descriminalización del consumo enfatiza lo que ya todos sabemos: el conservadurismo no sólo legislativo sino moral que priva en la retórica con que se hace referencia a las drogas en México. Por años se ha confinado a la represión y prohibición el uso de las drogas en nuestra sociedad, lamentando su consumo como ningún otro vicio típico e igualmente mortal en nuestra sociedad. El ridículo es pensar en que la salida a los problemas del abuso de un medio de recreación alucinógena o estímulo psicotrópico se fundamente en su prohibición legal. La evidencia directa es el abuso del alcohol que nuestra sociedad presenta. No se prohíbe su consumo ni se criminaliza al vendedor de producto, mucho menos al portador de la sustancia en el torrente sanguíneo. De tal manera el paradigma aquí es diferente aunque los problemas sociales que se le imputen sean similares a los de la drogadicción; Si el punto es que “la droga no llegue a tus hijos” porque se tolera que cada vez más niños de primaria y secundaria se acercan al alcoholismo y se vuelvan adictos. Seguir por esta línea argumentativa igualmente nos llevaría a pensar en el probado abuso de la comida chatarra que niños y jóvenes presentan en los registros sobre la alarmante obesidad infantil. A través de los medios masivos de propaganda se atacan y excitan los apetitos infantiles, las autoridades escolares lo fomentan incentivando el mercado y la gula de inmediato hace presas a los menores perjudicando su salud y llevándolos a manifestaciones precoces de enfermedades crónico degenerativas que seguro los condenarán a una muerte prematura. Y en este caso no existen campañas oficiales, posturas firmes de legislación sobre el asunto, ni retóricas heroicas que luchen con este mal que atenta con la salud de todos los mexicanos.
Efectivamente, existen varios tipos de apetitos irrefrenables que condenan a nuestras sociedades a una mala calidad de vida. El generador de esos placeres parece ser el móvil que lleva a uno u otro vicio y a la vez el que preocupa a distribuidores de productos satisfactorios y autoridades que pretenden regular su consumo. Cada uno a su manera implica grandes costos económicos en el mercado pero son pocos los que parecen contener la relevancia político moral que una campaña de lucha antivicio despierta. Por ello hallar un contenedor de estímulos parecería poner fin no solo a una lucha concreta sino a un grupo de ellas, eso a pesar de la retórica que la envuelva.
En este sentido el otro hecho a destacar en nuestra coyuntura semanal sobre la mota son las nuevas declaraciones sobre la esperada vacuna. El director de Farmacología del Instituto Nacional sobre la Drogadicción de Estados Unidos (NIDA), Iván Montoya, ha revelado la semana pasada que en dos o tres años estarán disponibles las vacunas para evitar la adicción a la nicotina y la cocaína.
Según lo descrito, la vacuna consiste en la combinación de una molécula detoxificada con una molécula de sustancia adictiva, provocando la reacción de anticuerpos que inmunizan al organismo de los estímulos recibidos por la nicotina, cocaína y anfetaminas. Esto es, cuando un sujeto vacunado ingiere la sustancia adictiva, los anticuerpos detectan la presencia del estimulante y se fijan a ella. Así, según Montoya, los conjugados que contienen la droga más los anticuerpos crean un compuesto demasiado grande como para pasar la barrera hematoencefálica, (una estructura que impide a muchas moléculas peligrosas el acceso al cerebro) y, de esta forma, sin la molécula en el encéfalo, el usuario no recibe la recompensa habitual de su droga. Por ello justo lo relevante de la nota consiste en reparar sobre el intento de nulificar la obtención de placer en el consumo de drogas al interior del marco de las discusiones sobre el hedonismo posmoderno de nuestros días.
En efecto, este parece ser un camino seguro hacia el anhelado control de los vicios de los jóvenes. Sin embargo resulta el último escalón para la domesticación de los instintos y la salida fácil al problema sobre el reconocimiento de un cambio ético hacia nuevas normas para nuevas sociedades. Al final del día ambos hechos, la idea de los clubes de autoconsumo y la vacuna antiadicción, son vías que abren panorámicas opuestas: comenzar con el difícil reconocimiento sobre diferentes prácticas sociales o huir de las responsabilidades mediante otro vehículo de represión.
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