Cuando fui a los hombres los encontré sentados sobre una vieja presunción: todos presumían saber desde hacía ya mucho tiempo qué es lo bueno y lo malvado para el hombre.
Una cosa vieja y cansada les parecía a ellos todo hablar acerca de la virtud; y quien quería dormir bien hablaba todavía, antes de irse a dormir, acerca del «bien» y del «mal».
Esta somnolencia la sobresalté yo cuando enseñé: lo que es bueno y lo que es malvado, eso no lo sabe todavía nadie: - ¡excepto el creador!
- Mas éste es el que crea la meta del hombre y el que da a la tierra su sentido y su futuro: sólo éste crea el hecho de que algo sea bueno y malvado.
Y los mandé derribar sus viejas cátedras y todos los lugares en que aquella vieja presunción se había asentado; los mandé reírse de sus grandes maestros de virtud y de sus santos y poetas y redentores del mundo.
De sus sombríos sabios los mandé reírse, y de todo el que alguna vez se hubiera posado, para hacer advertencias, sobre el árbol de la vida como un negro espantajo.
Me coloqué al lado de su gran calle de los sepulcros e incluso junto a la carroña y los buitres - y me reí de todo su pasado y de su mustio y arruinado esplendor.
En verdad, semejante a los predicadores penitenciales y a los necios grité yo pidiendo cólera y justicia sobre todas sus cosas grandes y pequeñas, - ¡es tan pequeño incluso lo mejor de ellos!, ¡es tan pequeño incluso lo peor de ellos! - así me reía.
Así gritaba y se reía en mí mi sabio anhelo, el cual ha nacido en las montañas y es ¡en verdad! una sabiduría salvaje - mi gran anhelo de ruidoso vuelo.
Y a menudo en medio de la risa ese anhelo me arrastraba lejos y hacia arriba y hacia fuera: yo volaba, estremeciéndome ciertamente de espanto, como una flecha, a través de un éxtasis embriagado de sol:
- hacia futuros remotos, que ningún sueño había visto aún, hacia sures más ardientes que los que los artistas soñaron jamás: hacia allí donde los dioses, al bailar, se avergüenzan de todos sus vestidos: -
-yo hablo, en efecto, en parábolas, e, igual que los poetas, cojeo y balbuceo; ¡y en verdad, me avergüenzo de tener que ser todavía poeta! -
Hacía allí donde todo devenir me pareció un baile de dioses y una petulancia de dioses, y el mundo, algo suelto y travieso y que huye a cobijarse en sí mismo: -
- como un eterno huir-de-sí-mismos y volver-a-buscarse-a-sí-mismos de muchos dioses, como el bienaventurado contradecirse, oírse de nuevo, relacionarse de nuevo de muchos dioses: -
hacia allí donde todo tiempo me pareció una bienaventurada burla de los instantes, donde la necesidad era la libertad misma, que jugaba bienaventuradamente con el aguijón de la libertad: -
donde también yo volví a encontrar mi antiguo demonio y archienemigo, el espíritu de la gravedad y todo lo que él ha creado: coacción, ley, necesidad y consecuencia y finalidad y voluntad y bien y mal: -
¿pues no tiene que haber cosas sobre las cuales y más allá de las cuales se pueda bailar? ¿No tiene que haber, para que existan los ligeros, los más ligeros de todos- topos y pesados enanos?
Allí fue también donde yo recogí del camino la palabra «superhombre», y que el hombre es algo que tiene que ser superado,
- que el hombre es un puente y no una meta: llamándose bienaventurado a sí mismo a causa de su mediodía y de su atardecer, como camino hacia nuevas auroras:
la palabra de Zaratustra acerca del gran mediodía, y todo lo demás que yo he suspendido sobre los hombres, como segundas auroras purpúreas.
En verdad, también les he hecho ver nuevas estrellas junto con nuevas noches; y sobre las nubes y el día y la noche extendí yo además la risa como una tienda multicolor.
Les he enseñado todos mis pensamientos y deseos: pensar y reunir en unidad lo que en el hombre es fragmento y enigma y horrendo azar,
- como poeta, adivinador de enigmas y redentor del azar les he enseñado a trabajar creadoramente en el porvenir y a redimir creadoramente todo lo que fue.
A redimir lo pasado en el hombre y a transformar mediante su creación todo «fue», hasta que la voluntad diga: «¡Mas así lo quise yo! Así lo querré» -
-esto es lo que yo llamé redención para ellos. Únicamente a esto les enseñé a llamar redención. -
Ahora aguardo mi redención, -el ir a ellos por última vez.
Pues todavía una vez quiero ir a los hombres: ¡entre ellos quiero hundirme en mi ocaso, al morir quiero darles el más rico de mis dones!
Del sol he aprendido esto, cuando se hunde él, el inmensamente rico: entonces es cuando derrama oro sobre el mar, sacándolo de riquezas inagotables,
¡de tal manera que hasta el más pobre de los pescadores rema con remos de oro! Esto fue, en efecto, lo que yo vi en otro tiempo, y no me sacié de llorar contemplándolo.
Igual que el sol quiere también Zaratustra hundirse en su ocaso: mas ahora está sentado aquí y aguarda, teniendo a su alrededor viejas tablas rotas, y también tablas nuevas, - a medio escribir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario