De la retórica del milenio y sus avatares

CMXCIX.

lunes, 16 de agosto de 2010

La obscenidad del Noúmeno. Una lectura de La vida sexual de Kant




Crítica de la Sexualidad Pura

Tal vez a ningún lector de la Crítica de la razón Pura se le ha ocurrido pensar que entre líneas, al paso de la obra y en total concordancia con el rigor filosófico del texto, se encuentre la figura de un célibe alemán. Es decir, ¿Habremos en algún momento imaginado a Kant conteniendo el sudor y guardando su saliva precisamente como muestra de un renovado espíritu que propugna la Nueva Ética Sexual? Parece una injuria cometer tan grave falta frente a la inmaculada imagen de uno de los más grandes filósofos de la modernidad. Es más, para el plano más ortodoxo de la filosofía occidental, quien osa voltear la mirada rumbo a la intimidad del pueblerino königsberguense en vez de admirar la magnificencia de su sistema debe pagar caro tal atrevimiento. ¿O no siempre que hablamos de filosofía pensamos en los grandes clásicos como hombres completamente teóricos, asépticos, incrustados de fijo en su silla como inspirados por un impulso intelectual frenético que los encausa por entero hacia el camino de las letras? Hombres o mujeres que no duermen, no sueñan, no comen, no pasean por los barrios y ni siquiera parecen hijos, hermanos o padres de familia. ¿Y qué decir de su vida sexual? ¿A caso nos interesa? Pues para cierto tipo de intelectuales este aspecto les parece fundamental para entender la filosofía en un sentido más profundo. En Francia un filósofo llamado Jean-Baptiste Botul pago con un gran costo plantearse esta interrogante sobre cómo fue la vida sexual de Kant. Botul abrió una vía vedada para los estudios académicos al invertir la lectura clásica del kantismo buscando concordancia no entre el contexto filosófico del autor y su obra sino entre el modo de vivir de Immanuel Kant y sus escritos. Estudiando los hábitos del filósofo construyó una retórica, que según él debía no sólo dictar una epistemología, debía develar una ética pensada incluso como normativa de las conductas sexuales. Entendiendo la filosofía como una actitud frente a la practica diaria, Botul halló en el kantismo la clave para entender el rol del intelectual en la sociedad y de ahí, el paradigma de aquellos individuos destinados a la realización de los más altos criterios morales.

La propuesta parece condenada a un morbo estéril cuyo único fin es la disparatada idea de poner en evidencia la supuesta virginidad perenne de Kant. Sin embargo, pese a lo mal que fue recibido el estudio de Botul en las universidades, en sus palabras se encuentra una revisión muy original del sistema kantiano de la mano de un comprometido y serio estudio exegético del autor. Así, buscando en la intimidad de Kant, Botul se acerca a la problemática planteada por la hermenéutica contemporánea: ¿Influyen los aspectos contextuales del autor, en el sentido de los hábitos más escondidos como las prácticas sexuales, en la interpretación de los textos filosóficos? Esta pregunta, más que ociosa, resulta un parte aguas para los historiadores de la filosofía. Si Botul, acertó con su hipótesis entonces existe la posibilidad de leer en cada gran obra de la filosofía la figura sexuada de su autor. Es más, lo que en verdad sostendría Botul es que detrás de estas éticas normativas se encuentra una manera preescriptiva de la vida sexual en sociedad. No debe sorprender el calibre del proyecto, si Botul toma valor en la década de los 40 para publicar sus teorías es porque el tema de las practicas sexuales se venía tornando común en las discusiones intelectuales. Las políticas sexuales, que tanto el socialismo, como el nacionalismo e incluso (como después lo probara Michel Foucault en su Historia de la sexualidad) el capitalismo venía empujando, terminan con una revolución de conciencias frente al sexo. Sin duda, en buena parte, despertadas por los tratados de Freud, en principios de siglo, y la conformación científica de la sexología durante la década de los 10. Ya Nietzsche, años atrás, sospechaba frente a una probable lectura de la historia tomando justo como paradigma al sexo. Por esto Botul lucha por hacer escuchar su voz pues, según pensó, dio con la médula de la personalidad célibe de Kant y de todo kantiano que persigue su ética, su imperativo categórico.

Con dificultad Botul se hacía escuchar en Europa. Como filósofo dedicado por completo a la oralidad, recorre ciudades dictando conferencias y formando grupos de discusión. En silencio, llega a América visitando Argentina, EUA, México (donde se especula sobre su entrevista con Zapata y Villa) y Paraguay. En este último país encuentra el espacio que había esperado toda una vida. En 1945, una sociedad de alemanes, en su mayoría provenientes de Königsber (ciudad natal de Kant), invita a Botul a dictar una serie de conferencias en el seno de una comunidad de exiliados ciertamente neokantianos que, muchos de ellos llevados por una admiración delirante, gustaban de imitar los conocidos hábitos de Kant (despertar temprano, ir a clase, leer periodico, tomar una copa después de comer, y la clásica caminata de las 5 por los alrededores del reloj del pueblo). Parecía no haber mejor escenario para divulgar su estudio sobre la vida sexual de Kant. Y Botul pronuncia ocho platicas destinadas a probar que letra por letra, en las críticas del estudio trascendental, habita un deseo, un fantasma de la libido kantiana.

Como dije antes, Botul era un filósofo del habla. Lo único escrito que dejó fue su correspondencia. Todo lo discutía en la mesa, en el dialogo con los otros, charlando, en el “arte de la disputa”. Resulta una pena que un filósofo como él se vea perdido en el olvido pero, en gran medida, esto es consecuencia de lo fugaz de sus palabras. De lo poco trascrito de sus ponencias contamos con la enorme fortuna de que la Dra. Dulce Ma. Granja haya traducido esta obra y se conserve en la colección pequeños grandes ensayos de la UNAM, edición a la cual hago todas la referencias.

¿Cómo leer entonces al Kant sexual de Botul?

Con mucha astucia y a veces hasta con gracia Botul juega con la jerga filosófica de las críticas. La pregunta sobre la cual gira toda su interpretación del kantismo es: ¿Por qué Kant nunca se casó y tuvo una familia? La intriga se ve enmarañada por la evidencia biográfica pues Kant efectivamente opta por el celibato y rehúsa incluso las desinhibidas propuestas de damas de la alta sociedad para contraer matrimonio. Únicamente acompañado por su sirviente, Kant vivía su rutina. Despertaba a las cinco de la mañana, desayunaba, fumaba pipa y preparaba su clase hasta las 12:45. Comía a la una y se iba a dar su clase, a las cinco caminaba de regreso por el mismo sitio, leía el periódico y meditaba hasta las 10 cuando se arropaba hasta el cuello metido en su cama y se dormía. Si era necesario, se levantaba durante la noche al baño sirviéndose de un cordel que lo guiaba en la oscuridad de ida y vuelta. Su vida se reducía a esto. Jamás abandono Köninsberg, ni siquiera por un pequeño viaje. Madrugar, estudiar, comer, caminar, dar clases, escribir, meditar, dormir y orinar ¿qué tiene esto de relevante según Botul para interpretar su complejo sistema?


Como se ve, la intimidad de Kant es tan monótona como la de un reloj; de hecho, se dice que los ciudadanos sincronizaban sus relojes con el paseo de las cinco de Kant pues nunca fallaba. El punto es que Botul teje la trama para revelar que el impulso ascético de la vida de Kant proviene de sus propios textos. Es decir, pensemos en un filósofo casado, con hijos ¿Cómo desarrolla un sistema? Según Botul, el mismo Hegel al casarse resto lucidez a sus obras pues en su correspondencia acepta haber escrito su Ciencia de la lógica demasiado aprisa por apuros económicos. Luego expone el caso de Marx, que con siete hijos a su alrededor nunca pudo tener un ingreso lo suficientemente cómodo como para dedicarse lo necesario a su obra. Lo que existe al fondo de estos ejemplos es que el matrimonio y los hijos merman el trabajo filosófico al grado de volverlo torpe. En Kant, por el contrario, tenemos un hombre volcado a su filosofía, conservando, en palabras de Botul, su sexualidad para su plan trascendental. En efecto, sirviéndose de la antropología kantiana, Botul cita pasajes que muestran a un Kant poco abordado teóricamente, un Kant barroco diría yo. Dice Botul armando esta figura:

Uno tiene que guardar sus líquidos, uno tiene que contenerse. Toda gota de nuestros preciosos humores es una parte de nuestra fuerza vital, todo escurrimiento es desperdicio de energía. El kantismo es esta utopía de la carne: vivir en circuito cerrado, limitar nuestros intercambios a lo mínimo indispensable[1]

Kant no quiere sudar. Cuentan sus biógrafos que al caminar se detenía en la sombra para no agotarse y humedecerse al calor. Kant guardaba su saliva, se prevenía de la irritación de garganta que causaba la tos. En fin, Kant no desperdiciaba sus fluidos por ello la abstinencia sexual. El semen representaba, en la visión platónico-humoral desarrollada por algunos pensadores, una vía de flujo vertical entre los órganos del cuerpo( el corazón, la columna vertebral y el cerebro), cosa que para Kant era obvia, según Botul, al tratar en sus textos sobre educación el problema sobre la masturbación.


Hasta aquí se entiende por qué Kant se conservaba. Siguiendo a Botul, el köninsberguense mantenía su fuerza vital intacta para desplegarla en su obra. En palabras del filósofo francés Kant desbordó sus energías sexuales en su obra filosófica. A través de ella buscó seducir a la vida y concebir con ella la más grande estirpe. En el imaginario de Jean Baptiste Botul, Kant copuló mediante la filosofía con su magna obsesión: La cosa en sí. Visto con una retórica que ancla con la epistemología de la Crítica de la Razón Pura, Botul desarrolla un lenguaje erótico que, cual poema, dice de un oculto deseo de Kant por lo obsceno. El fetichismo kantiano juega, pues, a desnudar a la cosa en sí sin hacerlo. Como buen vouyeur el kantiano deja los velos anudados en derredor de su objeto de deseo, mantiene el placer atado a la imposibilidad de verlo todo con la escisión entre lo que se percibe (el fenómeno) y lo que esta más allá de lo cognoscible (el noúmeno).

Así, el rutinario filósofo prusiano mientras medita y se abstiene de intercambiar sus fluidos vive como escritor un tórrido amorío con su noúmeno, lo busca y lo rechaza, lo devela y lo oculta, procrea la especia reflexiva que seguirá sus pasos por la filosofía. A los ojos de Botul, el kantismo predica una ética de la conservación al evitar el derroche de todo lo que al hombre le es esencial. Se trata de una conducta racional que administra una libido idealizada para su uso donde más se requiere, no en la reproducción de la especie, sino en la producción del estudio trascendental. Hablar, entonces, en estos términos nos lleva a concluir que en la lectura que Botul hace de la filosofía kantiana se nota un motivo propio, una intencionalidad oculta del francés por hallar una clave para descifrar la dicotomía fenómeno-noúmeno. Sin duda es Botul quién, el leer ciertos pasajes de Kant y su vida, tiene esta original revelación sobre la cosa en sí. Él abre la brecha del morbo epistemológico para inaugurar la perspectiva sexual que conlleva hablar de lo incognocible. Kant propone el estudio de la razón para legislar sobre sus limites y evitar el desvarío metafísico, así se vuelve el estandarte del siglo de las luces. Botul ve en esto, el orgasmo intelectual de un célibe escritor casado con su proyecto filosófico, así se volvió la vergüenza de su academia. A pesar de ello, el ensayo de Botul, al paso de los años, ha recobrado seguidores. La vida sexual de los intelectuales se ve, desde este ángulo botuliano, como un ascetismo que guarda las energías creadoras en busca de imprimir una fuerza desbordante a las letras, una vitalidad propia que se distancie de la simple reproducción de la especie, el perverso acto de hacer suya una y otra vez a la vieja y fatigada mujer griega, la filosofía.


[1] J. B. Botul, La vida Sexual de Kant, Trad. Dulce Ma. Granja, México, UNAM 2004, p. 81

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