De la retórica del milenio y sus avatares

CMXCIX.

sábado, 31 de julio de 2010

De la amistad. Ética a Nicómaco de Aristóteles


A los amigos que soportan y a los que no



Amistad se dice en griego philía, palabra de la misma raiz que el verbo phileîn, que
significa “querer”. El lector de los textos aristotélicos ha de tener en cuenta que, aunque
traduzcamos philía como 'amistad', la palabra philía tiene un campo de aplicación mucho más amplio que nuestra palabra 'amistad'. En griego, philía abarca todo tipo de relación o de comunidad basado en lazos de afecto, de cariño o amor, y de ahí que Aristóteles incluya, bajo esta denominación, relaciones tan dispares como el cariño entre padres e hijos, la relación apasionada entre amantes, la concordia civil entre conciudadanos, y la relación que nosotros consideramos más estrictamente como amistad.


Tomás Calvo

De la amistad/ Aristóteles

En el capítulo primero declara cuán necesaria cosa es en la vida humana la amistad para todos los estados. Y aun no sólo para los hombres en particular, pero también para los pueblos comúnmente. Ni hay tierra que no sea inexpugnable, si entre los moradores de ella hay conformidad de voluntades y amistad, ni, por el contrario, hay tierra que no sea fácilmente puesta en servidumbre y cautiverio, si por ella pasa la pestilencia de las disensiones. Después propone las cosas que suelen disputar del amistad, de las cuales unas desecha, como cosas curiosas y ajenas de la disciplina moral, y otras propone de tratar, como anexas a la disputa presente, y necesarias.
Tras de esto se sigue el haber de tratar de la amistad. Porque la amistad, o es virtud, o está acompañada de virtud. A más de esto, es una cosa para la vida en todas maneras necesaria, porque ninguno hay que sin amigos holgase de vivir, aunque todos los demás bienes tuviese en abundancia. Porque los ricos y, los que tienen el gobierno del mundo, parece que tienen mayor necesidad de amigos, porque, ¿de qué sirve semejante prosperidad quitándole el hacer bien, lo cual, principalmente y con mayor alabanza, se emplea en los amigos? O, ¿cómo se podría salvar y conservar semejante estado sin amigos? Porque cuanto mayor es, tanto a mayores peligros es subjeto. Pues en el estado de la pobreza y en las demás desventuras, todos tienen por cierto ser sólo el refugio los amigos. Asimismo, los mancebos tienen necesidad de amigos para no errar las cosas, y los viejos para tener quien les haga servicios y supla lo que ellos, por su debilitación, no pueden hacer en los negocios, y los de mediana edad para hacer hechos ilustres, porque yendo dos camino en compañía, como dice Homero, mejor podrán entender y hacer las cosas. Parece, asimismo, que la naturaleza de suyo engendra amistad en la cosa que produce para con la cosa producida, y también en la producida para con la que la produce; y esto no solamente en los hombres, pero aun en las aves y en los más de los animales, y entre las cosas que son de una misma nación para consigo mismas, y señaladamente entre los hombres; de do procede que alabamos a los que son aficionados a las gentes y benignos. Pero cuán familiar y amigo es un hombre de otro, en los yerros se echa de ver muy fácilmente. Y aun a las ciudades también parece que mantiene y conserva en ser amistad, y los que hacen leyes mis parece que tienen cuidado de ella que no de la justicia, porque la concordia parece ser cosa semejante a la amistad. Los legisladores, pues, lo que más procuran es la concordia, y la discordia y motín, como cosa enemiga, procuran evitarlo. Asimismo, siendo los hombres amigos, no hay necesidad de la justicia; pero siendo los hombres justos, con todo eso tienen necesidad de la amistad. Y entre los justos, el que más lo es, más deseoso de amigos se muestra ser. Pero no sólo la amistad es cosa necesaria, mas también es cosa ilustre, pues alabamos a los que son aficionados a tener amigos, y la copia de amigos parece ser una de las cosas ilustres. Muchos, asimismo, tienen por opinión que, los mismos que son buenos, son también amigos. Pero de la amistad muchas cosas se disputan, porque unos dijeron que la amistad era una similitud, y que los que eran semejantes eran amigos. Y así dicen comúnmente que una cosa semejante se va tras de otra semejante, y una picaza tras de otra picaza, y otras cosas de esta suerte. Otros, por el contrario, dicen que todos los cantareros son contrarios los unos de los otros, y disputan de esto tomando el agua de más lejos, y tratándolo más a lo natural, porque Eurípides dice de esta suerte:

Ama la tierra al llover
Cuando está muy deseada,
y la nube muy cargada
Quiere en la tierra caer;

y Heráclito afirma que lo contrario es lo útil, que de cosas diversas se hace una muy hermosa consonancia, y también que todas las cosas se engendran por contiencia. Otros, al contrario de esto, y señaladamente Empédocles, dijo que toda cosa semejante apetecía a su semejante. Pero dejemos aparte disputas naturales, porque no son propias de esta materia, y tratemos las que son humanas y pertenecen a las costumbres y afectos, como si se halla entre todos los hombres amistad, o si no es posible que los que son malos sean amigos. Ítem, si hay sola una especie de amistad, o si muchas. Porque los que tienen por opinión que no hay más de una especie de amistad, porque la amistad admite más y menos, no se lo persuaden con razón bastante, porque otras muchas cosas que son diferentes en especie, admiten más y menos. Pero de esto ya está dicho en lo pasado.

martes, 20 de julio de 2010

EROS MELANCÓLICO

algo para descifrar tu timidez!!



Giorgio Agamben
(1)

La misma tradición que asocia el temperamento melancólico con la poesía, la filosofía y el arte, le atribuye una exasperada inclinación al eros. Aristóteles, después de haber afirmado la vocación genial de los melancólicos, coloca de hecho la lujuria entre sus características esenciales:

El temperamento de la bilis negra ‑escribe‑ tiene la naturaleza del soplo... De aquí proviene el que, en general, los melancólicos sean depravados, porque también el acto venéreo tiene la naturaleza del soplo. La prueba es que el miembro viril se hincha de improviso porque se llena de viento.

A partir de ese momento, el desarreglo erótico figura entre los atributos tradicionales del humor negro (2); y si, análogamente, también al acidioso se le representa en los tratados medievales sobre los vicios como “φιλήδονς” y Alcuino puede decir de él que “se entorpece en los deseos carnales”, en la interpretación fuertemente moralizada de la teoría humoral de Hildegard von Bingen el Eros anormal del melancólico toma de plano el aspecto de una agitación sádica y salvaje:

[los melancólicos] tienen grandes huesos que contienen poca médula, la cual sin embargo arde con tanta fuerza, que éstos son incontinentes con las mujeres como víboras... son excesivos en la libido y sin medida con las mujeres como asnos, tanto, que si cesaran en esta depravación, fácilmente se volverían locos... su abrazo es odioso, tortuoso y mortífero como el de los lobos rapaces... tienen comercio con las mujeres, y no obstante les tienen odio (3).

Pero el nexo entre amor y melancolía había encontrado ya desde hacía tiempo su fundamento teórico en una tradición médica que constantemente considera amor y melancolía como enfermedades afines si es que no idénticas. En esta tradición, que aparece ya cumplidamente en el Viaticum del médico árabe Haly Abbas (que, a través de la traducción de Constantino Africano, influyó profundamente en la medicina europea medieval), el amor, que comparece con el nombre de amor hereos o amor heroycus, y la melancolía se catalogan entre las enfermedades de la mente en rúbricas contiguas (4) y a veces, como en el Speculum doctrínale de Vicente de Beauvais, figuran directamente en la misma rúbrica: “de melancolia nigra et canina et de amore qui oreos dicitur". Es esta proximidad sustancial de la patología erótica y de la melancólica la que encuentra su expresión en el De amore de Ficino. El proceso mismo del enamoramiento se convierte aquí en el mecanismo que desquicia y subvierte el equilibrio humoral, mientras que, a la inversa, la empedernida inclinación contemplativa del melancólico lo empuja fatalmente a la pasión amorosa. La terca síntesis figural que resulta de ello, y que lleva a Eros a asumir los oscuros rasgos saturninos del más siniestro de los temperamentos, habría de seguir obrando durante siglos en las imágenes populares del enamorado melancólico, cuya caricatura enflaquecida y ambigua hace su aparición durante algún tiempo entre los emblemas del humor negro en el frontispicio de los tratados del siglo XVII sobre la melancolía:

Adondequiera que se dirija la asidua intención del alma, allí afluyen también los espíritus, que son el vehículo o los instrumentos del alma. Los espíritus son producidos en el corazón con la parte más sutil de la sangre. El alma del amante es arrastrada hacia la imagen del amado inscrita en la fantasía y hacia el amado mismo. Allá son atraídos también los espíritus y, en su vuelo obsesivo, se agotan. Por eso es necesario un constante re abastecimiento de sangre pura para recrear los espíritus consumidos, allí donde las partículas más delicadas y más transparentes de la sangre exhalan cada día para regenerar los espíritus. A causa de esto la sangre pura y clara se diluye y ya no queda más que sangre impura, espesa, árida y negra. Entonces el cuerpo se deseca y caduca, y los amantes se vuelven melancólicos. Es de hecho una sangre seca, espesa y negra la que produce la melancolía o bilis negra, que llena la cabeza con sus vapores, seca el cerebro y oprime sin descanso,día y noche, el alma con tétricas y espantosas visiones... Es por haber observado este fenómeno por lo que los médicos de la antigüedad afirmaron que el amor es una pasión cercana al morbo melancólico. El médico Rasis prescribe así, para curarse de él, el coito, el ayuno, la embriaguez, la marcha...(5)

En el mismo pasaje, el carácter propio del eros melancólico es identificado por Ficino con una dislocación y un abuso: “esto suele suceder”, escribe, “a aquellos que, abusando del amor, transforman lo que compete a la contemplación en deseo de abrazo”. La intención erótica que desencadena el desorden melancólico se presenta aquí como la que quiere poseer y tocar aquello que debería ser sólo objeto de contemplación, y el trágico desarreglo del temperamento saturnino encuentra así su raíz en la íntima contradicción de un gesto que quiere abrazar lo inasible. Es en esta perspectiva en la que se interpreta el pasaje de Enrique de Gante que Panofsky pone en relación con la imagen dureriana y según el cual los melancólicos, “no pueden concebir lo incorpóreo”, en cuanto tal, porque no saben "extender su inteligencia más allá del espacio y de la grandeza”. No se trata simplemente aquí, como se ha señalado, de un límite estático de la estructura mental de los melancólicos que los excluya de la esfera metafísica, sino más bien de un límite dialéctico que toma su sentido en relación con el impulso erótico de transgresión que transforma la intención contemplativa en "concupiscencia de abrazo”. Es decir que la incapacidad de concebir lo incorpóreo y el deseo de hacer de ello objeto de abrazo son las dos caras del mismo proceso, en el transcurso del cual la tradicional vocación contemplativa del melancólico se revela expuesta a un trastorno del deseo que la amenaza desde dentro (6).

Es curioso que esta constelación erótica de la melancolía haya escapado tan tenazmente a los estudiosos que han tratado de rastrear la genealogía y los significados de la Melancolía dureriana. Toda interpretación que prescinda de esa pertenencia fundamental del humor negro a la esfera del deseo erótico, por más que pueda descifrar una a una las figuras inscritas en su torno, está condenada a pasar de largo junto al misterio que se ha plasmado emblemáticamente en esa imagen. Sólo si se comprende que se sitúa bajo el signo de Eros es posible custodiar y a la vez revelar su secreto, cuya intención alegórica está enteramente subtendida en el espacio entre Eros y sus fantasmas.

Notas:

(1) Capítulo Tercero, extraído de “Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental”. Ed. Pre-textos. 1995. Versión original en italiano de 1977. Giulio Einaudi editore s. p. a., Torino

(2) La asociación entre melancolía, perversión sexual y eretismo figura todavía entre los síntomas de la melancolía en textos psiquiátricos modernos, como testimonio de la curiosa fijeza del síndrome atrabiliario a través del tiempo.

(3) Cause et curae, ed. Kaider, Leipzig, 1903, p. 73, 20 ss.

(4) Así, Arnaldo da Villanova (Liber de parte operativa, en Opera, Lugduni, 1532, fol. 123‑50) distingue cinco especies de alienatio; la tercera es la melancolía, la cuarta es “alienatio quam concomitatur immensa concupiscentia et irrationalis: et graece dicitur heroys... et vulgariter amor, et a medicis amor heroycus».

(5) M. FICINO, De amore, ed. crítica al cuidado de R. Marcel. París, 1956, VI. 9.

(6) En esta perspectiva, la "melancholia illa heroica” que Melanchton, en un pasaje del De anima que no había escapado a la atención de Warburg, atribuye a Durero, contiene verosímilmente una referencia a aquel amor heroycus que, según la tradición médica repetida por Ficino, era precisamente una especie de melancolía. Esta proximidad de amor y melancolía, según la medicina medieval, explica también el ingreso deDame Merencolie en la poesía amorosa de los siglos XIII y XIV

lunes, 19 de julio de 2010

Ética Toy Story. El arte del adiós a la niñez




¡Al infinitooo… y más allá!


Para Leonardo.


Desde hace meses, quizá años, mi pequeño hijo esperaba con ilusión el estreno de Toy Story 3. Creció viendo una y otra vez en dvd las aventuras del Woody y Buzz y jugamos a repetir los diálogos, cantar “Yo soy tu amigo fiel” e imaginar lo que podría pasar, luego de que Andy creciera, con sus adorados juguetes.

Desde que se despertó corrió a la computadora. Exigió que la encendiera y de inmediato, con la facilidad que tiene un niño de 5 años para controlar el mouse, dirigió el explorador al trailer de Toy Story 3. Así, con todo el conocimiento de causa, trazó en el mapa su ruta en el metro que lo llevaría al cine para, al fin, y después de una larga espera, ver a sus héroes resolver su último gran dilema: ver cómo Andy se volvió hombre. Con tal ánimo mi hijo me tomó de la mano con el zapato a medio poner y corrimos al cine. Luego de varias peripecias, entre salas repletas, niños ansiosos, madres nerviosas, boletos agotados y lugares pegajosos la aventura comenzó a rodar. Un aire de escepticismo nublaba mi juicio. Habían pasado años desde aquel estreno de la segunda parte. Habían pasado un montón de incidentes con el guión, con la elección del director, con la versión latina, con la adecuación de una historia medio forzada donde resultaba imposible pensar en un Andy universitario deshaciéndose de sus añorados recuerdos. Encima, el mal augurio de la intromisión comercial de una Barbie y un Ken jugando al romance. Para rematar, la extraña y consumista estrategia que han tomado los filmes infantiles por hacer de sus discursos enajenados aparatos que tratan a sus espectadores como pubertos simplones, adelantando en sus vidas la adopción de patrones todavía ajenos a sus rutinas. Con todo, la mirada atenta de mi vástago y su emoción me contagiaron, terminé igual de fanatizado y confié en que Pixar y sus creadores no defraudarían a toda una generación y sus cómplices jueces paternos. Y así fue, dos horas después el que no podía despertar de la conmoción era yo, el que tuvo que confortarme para repararme de la trama fue él.



El filme sigue un viejo modelo del montaje. Ante lo lineal de las narrativas que le antecedían, por excelentes que fueran, no dejaban de describir circunstancias buscando en ellas el factor del entretenimiento. Ahora, reutilizaron el esquema del juego individual con el que abre la cinta. En la segunda parte era la escena de un videojuego la que lograba fantasear con la acción de los juguetes.


Ahora no. Se trata de la mente de un niño que desprende de sus facultades creadoras no la repetición de una aventura inducida por los roles comerciales del juego espacial o western sino personalidades hibridas, divertidas y espectaculares, tal y como todos recordamos habernos encerrado entre nuestras fantasías. La tensión se corta y revienta cuando se despliega el tema musical “Amigo fiel” de la mano de un video casero que muestra cómo fue que Andy creció entre su grupo de amigos ficcionales. Ahí la memoria golpea al espectador y justifica lo que vendrá inmediatamente: la situación de abandono. Comienza entonces un drama bien estructurado. Una historia que cuenta como Buzz y sus compañeros deben hacer frente a su condición de exilio. Mientras Woody tiene que enfrentar un destino, el mismo que él le reveló al Guardián Espacial, “Ser un juguete” no un recuerdo.

La parte de la guardería logra retratar bien las directrices ideológicas sobre las cuales se construyen las sociedades de control. Sin embargo, la teatralidad de una prisión de máxima seguridad y el planeado escape al estilo del 007 a pesar de ser muy entretenido no superaba las expectativas. Justo en esas secuencias, el regreso del “astroloco” con la personalidad alterada del Buzz no consciente de su condición vale oro. La máxima de la violencia a efecto del poder absoluto hubiera caído en un lugar común sino anclaba, como lo hace Pixar regularmente, a una emocional genealogía que explora el estado psíquico del villano. Esto remite a un montaje de las atracciones que busca oponer emociones y explorar la psicología del espectador. Lozzo y Bebote resultan ser el producto de un abandono, una pérdida mal manejada y las consecuencias fatales de esto. Aquí habita la sustancia ética de la cinta. Hace años, que leía un bello de texto de Aldous Huxley, me dio por escribir algo sobre una interesante historia que nace al interior de la trama de La Isla: la fisiología del megalómano. En unas siete páginas Huxley se explica por qué se dan los dictadores. Ahí define que existen justo porque de niños no se les ha podido canalizar. Que en su niñez sufrieron de maltrato en la escuela, engendrando un odio contra las entidades colectivas buscando el poder, ya como adultos, para “salvar su estado de venganza”. Les llama hombres Peter Pan justo porque de niños no se les enseñó a procesar las pérdidas, los cambios, el duelo y las presiones típicas de las sociedades disciplinarias. Aquí Toy Story poetiza con metáforas el ejercicio profiláctico para manejar las pérdidas. El villano es un ser que sublimó el dolor de la ausencia al grado del abuso de poder mientras Woody, en su calidad de héroe trágico, asume el destino, y aprende con dolor cuál debe ser su lugar en el nuevo orden, a pesar de que el cambio le lastime. Ambos son el paradigma del líder de un grupo, ambos representan lo que Huxley denomina una sociedad sana y una enferma y en su enfrentamiento se define el mensaje del filme.


Toy Story 3 debía innovar en la técnica. En su momento, hace 15 años, revolucionó la industria del género. Ahora no hubo más que aportar. Ahí, en los gráficos, colorido y efectos 3D se queda en lo tradicional. La nueva revolución, el aporte al género radica en el modelo emocional. El tipo de construcción de la trama va dirigido al violento contraste de sentimientos. En la Gran Bretaña se han realizado encuestas que revelan que es el filme donde más hombres aceptan haber llorado en el cine. Estamos frente a una película dura a pesar de lo divertida. Una tragedia que nos muestra un final feliz que duele, que despierta al niño que fuimos todos y que no tuvo posibilidad de despedirse así de sus amigos más queridos. Quienes hemos vinculado a Woody y Buzz a nuestras vidas como padres sufrimos el momento, nietzscheano, de dejar ir lo viejo en vísperas de una nueva aurora tal y como el arribo de nuestros hijos nos ha revelado el desprendimiento de nuestros apegos infantiles ante nuestras responsabilidades como adultos. En este drama no hay muertos, no corre sangre, no se pierden guerras o se obtiene triunfos. Lo que se asume, mediante la figura de Andy, es la pérdida de una parte de nuestra historia y la simple evocación de ello nos conmueve.

Woody y Buzz no son ahora protagonistas de la revolución tecnológica. Son el dispositivo iconográfico, la materialización misma del recuerdo de generaciones, que representa la añeja fórmula del juego. Es la pura consciencia de que nuestros ficticios amigos de la niñez no son más que bellos espejos de lo que éramos, afectivamente, como pequeños individuos creándonos locos y extravagantes mundos imaginarios.


vargasparra@gmail.com

miércoles, 14 de julio de 2010

Filosofía entre sabanas: Ética para perversos o la búsqueda de la felicidad


Una vieja deuda con mi amiga Montse

“El escritor que trata un tema sexual corre siempre el peligro de que quienes opinan que esos temas no deben mencionarse lo acusen de desmedida obsesión por el asunto. Se piensa que no desafiaría la censura de los libertinos y mojigatos a menos que su interés por el asunto fuera totalmente desproporcionado a su importancia. Sin embargo, esta idea se aplica sólo a los que abogan por un camino de la ética convencional.”[1]

Hace 76 años el reconocido filósofo Bertrand Russell dictaba una serie de conferencias alrededor de los EU. En ellas, el premio Nóbel de 1950, se dedicó a plantear un problema que, al final de la década de los veinte, a nivel internacional se hallaba en plena discusión: La educación sexual. Por aquellos días de la depresión económica en los EU y el crecimiento militar de las potencias mundiales, los intelectuales declaraban sus posturas sobre el tema del crecimiento de la población y el mejoramiento de las razas. Es claro, entonces, que el pivote de tales reflexiones fuera sobre la puesta en marcha o no de una nueva moral sexual. Es decir, sin tapujos y en franca oposición a las doctrinas más conservadoras de la religión, surgen corrientes de pensamiento, autodenominadas científicas, propuestas a reconocer la ética que hasta entonces regulaba la conducta sexual de los seres humanos. En ese sentido, lo que muestra Russell en su discurso es una detenida reflexión acerca de nuestra manera de concebir al sexo como instinto conservador de la especie y, por otro lado, como expresión de un fuerte lazo sentimental entre dos personas.

A casi 80 años y en los albores de nuestra presuntuosa “libertad sexual” me parece que la búsqueda de tal ética sexual está aun inconclusa. En la actualidad nuestro trato con la sexualidad se ve reducido a ser un manual de formas de seducción y placer. Nos hallamos rodeados de lenguajes eróticos que saturan el ambiente en el que se desarrollan nuestros niños y encuentran su despertar sexual. Se piensa que entre más se le aproximen la información sobre anticonceptivos y enfermedades venéreas a los jóvenes más se educa sexualmente y más concientes son de tal expresión de sus instintos. ¿Es esto suficiente? ¿Es esta propaganda erótica consiste nuestra libertad sexual? Vivimos en un momento donde las relaciones tempranas y las ferias sexuales se adjudican tales principios de la expresión voluntaria de la sexualidad. Lo que tocaría, si en verdad queremos plantear una nueva y más adecuada libertad sexual, es reflexionar sobre los valores y responsabilidades de nuestra ética sexual. Si partimos de un análisis de la sexualidad que en realidad llevamos a la práctica ganaríamos la sinceridad suficiente como para tomar conciencia de que la conducta sexual del ser humano va mucho mas allá de una sarta de mojigaterías o un panfleto impregnado de publicidad erótica. Justo, toda nuestra supuesta libertad sexual culmina más en un proyecto de imposición que conserva en sus entrañas una vieja moral donde toda la fuerza y potencial del sexo se reduce a un cúmulo de imágenes y sonidos consagrados por la mera copula sexual. Finalmente al mirar con cuidado nuestras actitudes respecto al sexo nos topamos con aquello que Russell en 1929 logro ver: la confrontación entre la sexualidad como necesaria evacuación de deseo y la expresión de una de las más grandes afecciones del hombre.

Por ello, me resulta un experimento extraordinario el que Russell lleva acabo en su teoría sobre la sexualidad. Si resultara, como él cree, que el deseo sexual no es sino otra forma más del trato con los otros seres humanos, entonces nuestra actitud hacia él cambiaría de manera sustancial. O lo que es lo mismo, al desligar el sexo de la expresión del cariño y el respeto entre nuestra pareja, piensa Russell, el ser humano estaría en libertad de relacionarse sexualmente con toda aquella persona que despertara su interés sin censura moral alguna. A cualquiera le estremece semejante frase sobre la “libertad sexual”. Excepto, claro a aquellos en quienes su moralidad les permite tal deslinde entre la fidelidad sexual y la fidelidad emocional. Pues justo para Russell, lo que permite ese rompimiento entre sexo y amor es la educación sexual. Si desde niños se encausara por buenos rumbos el interés por nuestra sexualidad seríamos capaces de desenvolvernos con naturalidad en aquellos instintos y hallar en ellos una forma más de establecer vínculos afectivos entre distintas personas. No sólo eso, piensa Russell, que librar al matrimonio de la exclusividad sexual mediante la nueva educación, permitiría afianzar la verdadera relación amorosa entre los cónyuges pues al tener desahogos externos se revelaría un deseo particular, más íntimo y experimentado que desembocaría en una pasión única, más racional. Pues se le ha emancipado de la forzada monotonía.

Llegar a tal grado, significaría una revolución en la conducta humana. Según Russell, nuestra visión tradicional del matrimonio está cimentada en la moral cristiana puesto que pensar en que el matrimonio es la única vía para dar salida al interés sexual de forma menos pecaminosa, es castrar al instinto al grado de ver en el sexo sólo la propagación de la especie. La libertad sexual de la que él habla es justo lo inverso. Los niños deben practicar su sexualidad “la vida del niño no debería estar dominada por la culpa, la vergüenza y el temor. Los niños deberían ser felices; no deberían temer sus propios impulsos; no deberían esquivar la exploración de los hechos naturales. No deberían ocultar en la oscuridad toda su vida instintiva. No deberían sepultar en las profundidades de lo inconsciente impulsos que, por mucho que se esfuerce no podrán matar”

Solo así se formarán hombres y mujeres íntegros que consoliden sus familias no por un apetito sexual irrefrenable sino por la elección racional con la cual decidieron comenzar a crecer espiritualmente con su pareja. Por esta razón, cree Russell que debería haber matrimonios sencillos y divorcios rápidos para evitar la desgracia de una infelicidad eterna donde, a pesar de descubrir la falta de entendimiento e intensidad emocional, se tienen hijos que se tornan cargas y no consagraciones del amor y respeto mutuos. Si tener hijos es necesidad de los matrimonios estos, según Russell, deben ser lo mejor educados posible pues lo que busca el hombre con su nueva ética es mejorar las condiciones de vida de la especie no extenderla al modo cristiano o militar.

Es este uno de los puntos finos de la reflexión de Russell. El pone como única restricción de la libertad sexual el no concebir hijos fuera del matrimonio pues la familia es, aún, el único medio eficaz para la educación integral del niño.

Como puede verse, los supuestos de Bertrand Russell son controvertidos. Después de la publicación de algunas de estas conferencias Russell fue cesado de la Universidad donde impartía cátedra y perseguido por las fracciones más radicales de la comunidad cristiana. Se le acusó de promulgar el adulterio y defender la pecaminosa masturbación entre los niños.

Aunque en un porcentaje abrumador las críticas que le impugnaban a Russell eran infundadas, es cierto que Russell pone énfasis en puntos clave de la moral que serían capaces de desmoronar el sistema de la familia tal y como lo conocemos hasta nuestros días. Proponer la expresión desinhibida de la sexualidad es un proyecto que le vino a la medida al filósofo matemático pues éste se casó cuatro veces. Se explica así la marcada insistencia por los matrimonios sin compromiso por los cuales Russell y un buen grupo de intelectuales de la época abogaban. Fuera de esto, tales matrimonios, a pesar de la condición de no procrear hijos que Russell describe, resultarían en un inminente desgaste de los lazos familiares y las figuras paternas debido a la dureza con que las afecciones más violentas como los celos tendrían que sofocarse. A mí juicio, en este punto, Russell confiaba demasiado en la racionalidad de los acuerdos sexuales entre los hombres.

En fin, a 76 años, sendas condenas a tales teorías podrían seguir vigentes a pesar de autodenominarnos partidarios de la libertad sexual. En una sociedad donde las enfermedades venéreas y la violencia sexual conviven con la mercadotecnia y masificación del lenguaje erótico, sin duda las palabras de Russell resultan más que polémicas, actuales:

“Es verdad que la transición del viejo sistema al nuevo tiene, como todas las transiciones sus dificultades. A los que abogan a favor de cualquier innovación ética, invariablemente se los acusa, como a Sócrates, de corruptores de la juventud. Quien propone un cambio en la moral sexual está especialmente expuesto a ser mal interpretado y sé que yo mismo he dicho cosas que algunos lectores puedan haber interpretado mal.”[2]



[1] B, Russell, Matrimonio y moral. Buenos Aires, Ediciones siglo veinte,1973 p.199

[2] Ibidem, p 213

domingo, 11 de julio de 2010

El juego del hombre: El ritual de la virilidad o la crónica del sexo






Por fin, para fortuna de muchos y para desgracia de otros, hoy es la gran final del Mundial de Futbol Sudáfrica 2010. Después de varios meses de intensa actividad panbolera se llega hoy al último día del imperio futbolístico en los medios de comunicación. Luego de este fin de semana la mayoría de los hombres se desprenderán de la caja idiota que acompañaba sus jornadas laborales (ya que habrá otros que continúen con las televisiones en sus centros de trabajo para ver novelas, caricaturas o alguna receta de chile poblano) y con ello la cotidianidad vuelve a tomar su curso. Así, regresan a la calma los hogares, al esfumarse la masculinización exacerbada de los horarios nocturnos y los diferentes clubes de Tobi que todas las cadenas televisivas formaron entorno al evento. Para decirlo de una vez, los hombres vuelven a lo suyo pues el ritual de la virilidad se da por concluido.


Así es, todos los hombres del mundo contamos cada cuatro años de casi un mes de egolatría masculina gracias a la tremenda carga simbólica con que el afamado deporte del hombre cuenta. Y es que lo queramos o no todos nos vemos involucrados en dicha ritualización del género. Se trata de un lenguaje construido a través de los años que pone de manifiesto una afirmación constante de los iconos más reconocidos de la virilidad occidental .A estas alturas ya es imposible rendir cuentas de cómo y donde se generan estas metáforas de la masculinidad en el futbol pero toda la mercadotecnia y el pueblo coinciden en dejar claro que este es el juego del hombre. Futbol y hombría terminan siendo ejes de la cultura deportiva. Desde que el deporte comenzó a acaparar el ocio de los trabajadores de forma disciplinar en los albores del siglo pasado, se halló en tal conducta un perfecto pretexto para conducir los ratos de descanso laboral hacia un habito de reforzamiento de la mentalidad competitiva, la capacidad de organización colectiva y, de paso, la reafirmación de los caracteres sexuales que potencian la diferenciación de los géneros. Ya validado como actividad formativa entró por la puerta grande en los planes de estudio de la SEP durante los veinte. Fue así como se comenzó a subrayar la relevancia de los deportes como el béisbol, el voleibol y el futbol como especialidades para niños pues acentuaba el desarrollo pleno de su carácter sexual como agentes de acción social, aunque siempre se practicaran en ambos sexos. Lo que se comenzó a fraguar mediante la educación física de esta época fue la distinción de las actividades deportivas por género pues las niñas quedaban distanciadas de los deportes de conjunto conforme crecían, insistiendo los maestros en que ellas debían de jugar cosas que las llevaran a la práctica de los quehaceres domésticos y la crianza de los hijos.


Esto es la crónica del deporte viril en la educación básica. Ni hablar ya de cómo en la profesionalización del futbol la imagen de los equipos fue acentuándose bajo los apodos y mascotas que sentenciaban a esta práctica como el ejercicio de los hombres para los hombres. La prensa le entró a este ritual de iniciación en los clubes de hombría y abrió la brecha para la consagración de los jefes de estas castas como héroes cargados de esencias masculinas tal como los atletas del viejo y poco antes renovado espíritu olímpico: “los más altos, más fuertes y más rápidos”. Con esto, pensadores contemporáneos rescataban las añejas frases de Ortega y Gasset quien pudo ver en la incipiente práctica deportiva de su tiempo la comprobación de sus teorías sobre el origen del estado social como la transformación de las grandes castas de salvajes en civilizados clubes de jóvenes, cuya principal actividad era hacer deportes que emulaban los quehaceres del hombre. Así el sistema productor de metáforas viriles fue cuadrando con la necesidad de un sistema económico globalizado, y los países restringieron el campo del ritual masculino a la exclusividad del futbol. Con todo, hombría, virilidad y carácter se transformaron en el rasgo principal que las potencias pedían a los equipos novatos en el mundial del futbol. De tal suerte, desde entonces, equipo que no llega lejos en la justa es un equipo que le falta carácter, agallas o, en mexicano, “huevos”.


Vemos, pues, como ya pasados los años esto sigue siendo uso del discurso. Digo, seguimos escuchando el reclamo de toda la banda futbolera de cada país eliminado de que no ganaron por que les falta carácter a sus muchachos. Y por carácter entiéndase hombría…” Se achican” dicen los expertos sentaditos en sus mesas de debate. Con esto, se provoca la frustración del espectador promedio que devorado por este lenguaje de virilidad termina cuestionándose cómo un país de puros machos como México nunca se pasa de octavos y en otros equipos donde los metro sexuales se multiplican, se pelean el depilador de cejas, se peinan entre cada jugada y posan en calzones cual flor más bella del ejido terminan disputándose la copa de mundo. No, no nos hagamos, este ritual de machos, este juego del hombre tiene sus deficiencias y muestra que toda esta palabrería sexista se queda sólo ahí, en las crónicas y opiniones de la mera costumbre. Leía apenas un bello y divertido texto de Monsiváis que como en casi toda su obra se torna crítico e irónico con estas sentencias de machos. Viene muy a cuento con este tema pues el recientemente finado Carlitos transcribe una entrevista a un psiquiatra que califica al futbol en términos sexuales:

-¿Cuál es la simbología del futbol?

-Platicaba con unos amigos médicos al respecto. Creemos que la mujer es la pelota, que puede mover por donde se le quiere ¿verdad?, se revela y de ahí que haya tiros fuera del marco. El portero es muy espectacular, con marcada tendencia homosexual. El gol es la mujer que se logra anidar en la red ( el útero) custodiado por la mamá (el portero)…El gambetero es, quizás, el más masculino de todo el futbol. Pasa a la mujer frente a l a rival: “tómala, es tuya, pero antes tienes que quitármela”.

Quizás luego de leer esto entandamos el impacto que llegan a tener en este lenguaje dos cosas:

  1. Alguien falla un penal cuando tiene problemas de erección o es eyaculador precoz
  2. La culpa del escaso espectáculo y falta de goles en este mundial se la debemos a que muy pocas selecciones consideraron la abstinencia sexual antes de cada juego.

Con esta me despido para volver a preguntar si después de esto considerar un espectáculo donde una multitud mayoritariamente masculina observa a 23 hombres en calzoncillos retorcerse en el césped dos horas es en verdad el juego del hombre que tan virilmente recuerdan los cronistas de la televisión.