¿Quién escribe el futuro con los pies?
Hoy se juega uno de los partidos de futbol más esperados por los mexicanos en los últimos años. Es indudable que de este juego dependen no sólo los fanáticos, que seremos millones de sujetos excitados por la carrera del consumo pambolero, sino aquellos a los cuales no les importa en lo más mínimo lo que ocurra en esos noventa minutos. Cierto, mañana no será lo mismo para ningún mexicano salir a realizar sus actividades cotidianas si el ánimo de las masas se encuentra feliz por el histórico pase de México a cuartos o si fueron frustradas sus aspiraciones por los mismos verdugos de hace 4 años. Ni dudarlo, el futbol conmueve al ente colectivo bajo el paradigma de las mentalidades y de lo que pase hoy en las siguientes horas se decidirá el estado emocional de un pueblo, pegándole a la nación entera en estratos y circunstancias donde es insospechado que suceda algo por un mísero juego de once contra once. ¿A qué se debe tanta sensibilidad? El corto es dirigido por el mexicano Alejandro González Iñárritu y tiene como tema la justa mundialista. El comercial presenta a diferentes figuras del futbol internacional: Cristiano Ronaldo, Wayne Rooney, Ronaldinho, Didier Drogba, Fabio Cannavaro y Frank Ribéry. González Iñárritu ha hablado en distintas oportunidades sobre las dificultades de rodar con tales estrellas del balompié. Se rumoraba desde hace meses la intervención del mexicano en la nueva campaña, pero el eco cobró fuerza luego de la participación en Cannes en “Biutiful”. El trabajo del cineasta es una inteligente pieza producto de algo más que un estudio de mercado u objetivos de consumo, es una obra resultado del análisis de una narración distinta a la clásica crónica pambolera. Justo, lo inusual de la visión cinematográfica sobre este deporte, es el montaje que logra reproducir un efecto de entrecruce de la temporalidad entre presente, pasado y futuro para hacer un retrato de los ánimos que revientan a partir de un simple bote del balón. La historia abre con un balón cayendo del cielo a los pies de Drogba, a la mitad de un partido contra Italia, haciendo fintas y pasando rivales hasta que logra bombear la bola por encima del arquero justo al ángulo del marco. Al tiempo, haciendo un extraordinario montaje, se aprecian las reacciones de euforia en Costa de Marfil por la jugada de Drogba. Así, como un choque entre pasado y futuro, cuando la jugada de Drogba no culmina en gol se desvanecen las reacciones de festejo dejando ver ahora la figura de Cannavaro, el capitán de la escuadra italiana, quien rompe con una media chilena la oportunidad. Entonces el juego entre reacción y montaje vuelve a acontecer. Cannavaro aparece sentado en un programa de televisión donde le hacen homenaje a su jugada con una especie de musical, cuya canción corea su nombre. El festejo es atestiguado en la habitación de una familia que sigue su vida cotidiana mientras el televisor sigue prendido. Otra escena presenta un hipotético juego Inglaterra-Francia, donde Wayne Rooney baja el balón para buscar un compañero en los últimos minutos del partido. El pase falla. Lo intercepta Ribéry y lo lleva veloz contra la meta. El rostro de Rooney palidece a mitad de la cancha a la vez que acontecen imágenes de los efectos de la derrota que apenas se gesta a raíz de su pésima jugada. González Iñárritu logra captar el padecimiento colectivo luego del fracaso al oponer los gestos de enojo del futbolista en los vestidores con los arranques de furia de los hooligans. La portada de un diario al día siguiente hace énfasis del error del jugador al momento que Landon Donovan lee el titular del periódico mientras sonríe sarcástico. La espiral de descenso afectivo llega hasta el retiro de Rooney quien vive en un remolque, panzón y en la miseria, lleno de recuerdos y comida enlatada.
Así, cuando solitario, mirando un enorme anuncio de Ribéry en la misma pose de cruz que el suyo, repara en que fue una acción la que desencadenó en desgracia, el salto temporal del corto lo regresa al pasado-presente luego del error en el juego.Ahí Rooney saca fuerzas de flaqueza para remontar la carrera sobre Ribéry hasta detenerlo. Entonces la realidad se modifica. Rooney es nombrado caballero de la corte, los mismos gringos que se burlaban de él ahora leen sobre su éxito en el diario, en la bolsa de valores se incrementan las ganancias y decenas de recién nacidos son nombrados “Wayne” en referencia al jugador. El balón rueda y ahora aparece en una jugada de la selección brasileña. Ahí Ronaldinho hace gambetas por la banda. En un salto temporal, una de ellas es reproducida millones de veces en You tube hasta volverse una fórmula de emotividad que jóvenes, niños, infomerciales y hasta el basquetbolista Brayant imitan. El “centro” que saca Ronaldinho es recibido, ficcionalmente, por el portugués Cristiano Ronaldo Su avance es implacable. Cada que dribla un enemigo un corte del tiempo hacia el futuro revela las secuelas de sus logros: inaugura un estadio con su nombre, aparece en los Simpson haciéndole túnel a Homero y Gael García interpreta su biografía en cine. El gesto de González Iñárritu es claro, ensaya un carácter irónico sobre la construcción de la épica posmoderna. Se burla un poco.
Esta estrategia para manejar la configuración del tiempo, a manera de un triple presente agustiniano, le hace dar en el blanco sobre un flujo del caos que coloca a simples atletas en el lugar del héroe clásico, el hombre elegido por los dioses para recrear los tiempos humanos. En efecto, el punto máximo llega cuando al final Ronaldo cobra un tiro libre. Mientras prepara el disparo, un coloso de hierro con su efigie está siendo develado, la manta que lo cubre va cayendo a cada paso del futbolista hasta que al fin golpea el balón, entonces el corto termina con la leyenda “escribe el futuro”. Este ejercicio pendular que se balancea entre el tiempo del juego, el tiempo de lo cotidiano y el tiempo monumental no es otra cosa que el esquema en el que mismo Walter Benjamin encauzó al tiempo de la revolución. Esta fórmula de quebrar el presente común y corriente en una narrativa épica es el resultado de la violencia de transponer megalomanías al campo de lo colectivo.
Según Nietzsche “la historia monumental engaña por las analogías: con seductoras semejanzas, incita al valeroso a la temeridad, al entusiasta al fanatismo y, si imaginamos esta historia en las manos y en las cabezas de egoístas con talento y de exaltados bribones, veríamos imperios destruidos, príncipes asesinados, guerras y revoluciones desatadas” Por lo cual caemos en cuentas del modelo operativo que logró hacer de un corto cualquiera un retrato a escala del modo de ver colectivo sobre balompié. Se trata de un pathos, una emoción profunda, que emerge a partir de un “tipo” de narrativa, la revolucionaria. Este modo de decirnos como identidad nacional a partir de un acontecimiento es la fórmula prototípica del relato sobre las revoluciones. Es verdad, pensemos en los héroes patrios, sus epopeyas, sus hazañas en aras de la configuración de una realidad identitaria. No es más que el establecimiento de criterios temporales desde los cuales la cultura sedimenta una idea, verosímil o fantástica, sobre lo que se es como pueblo desde el origen. Todo con la única finalidad de purgar aquellos furores desatados por la guerra como tal. Así se les narra el pasado a los escolares, justo como González Iñárritu monta el acontecer futbolero en las identidades colectivas. Lo que mueve ese deseo de las naciones al reflejarse a partir de una acción en lo cotidiano no es otra cosa que el pathos revolucionario incidiendo en nuestro mundo, en nuestra apreciación sobre lo real. La revolución, como revuelta o como quiebre de lo cotidiano, es nuestro referente para relatarnos como “pueblo”, esto nos cura en algo de los males que nos sofocan. El modelo épico se deriva de esta visión y aunque sea en algo tan banal como el futbol, el cineasta retomó este dispositivo
Hoy se juegan la vida pambolera dos naciones al borde la metástasis del pathos revolucionario. Argentina, igual que nosotros, conmemora su bicentenario, su Revolución de Mayo. Eso los coloca bajo el mismo paradigma del relato. Eso se suma a las demandas sobre su necesidad de ser campeones del mundo y eso nos une y nos pone en la misma sintonía de colgarle responsabilidades monumentales a once sujetos tan terrenales como quien compra unos zapatos deportivos por las puras ganas, sin pretensiones de escribir el futuro. Como sea, escrito o narrado, ambos se disputarán un festejo épico, afectivo, en cada gesto, en cada caída o acierto de sus héroes posmodernos: las víctimas de la katharsis colectiva.
Checa la música es extraordinaria:
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