El pasado jueves por la noche se recordó a Diego Rivera, en los albores del fin del año Bicentenario, con la presentación del cortometraje de CONACULTA 200 minutos. Una visión de la historia de México. Ahí, los muros del artista en Palacio Nacional, Epopeya del pueblo mexicano, cobraron vida como si el pintor se tornara un cronista, un apologeta y un testigo plástico del proceso histórico de nuestro país.
Hace poco tiempo, la familia de Diego Rivera, hizo público un video que muestra al muralista haciendo dibujos frente a escenas de la vida cotidiana: Un retrato de Diego. Las secuencias muestran al enorme y robusto pintor, cerca de los setenta años, con lentes y sombrero de paja. Rivera mira a un grupo de mujeres cargar flores y plasma lo que ve con ligeros trazos a lápiz en una pequeña libreta de notas. Así, el pintor acumula un muestrario de poses y presencias protagonistas de un discurso icónico potente; un mural, un relato que dice monumentalmente parte de la historia.
Pasarían casi cincuenta años hasta que algunas de esas notas fueran recuperadas de cajas y baúles. Ahí se encontraron desperdigadas, entre otras cosas, hojas sueltas que no sólo tenían imágenes sino breves textos. Resultó, durante el proceso de ordenamiento de su archivo personal, que aquellas libretas también contenían textos. Se trataba de borradores de pensamientos que el artista escribía detrás o al margen de sus bocetos. Rivera teorizaba entonces tanto como retrataba las escenas. Con esto, la pintura se vuelve un argumento más del eje reflexivo no su fin último, el pincel es una premisa solamente para el discurso meditabundo del historiador plástico.
En uno de estos papeles sueltos, Rivera comienza lo que serán las anotaciones directrices de un texto poco conocido. Se trata de un manuscrito que titula “20 de Noviembre” fechado en 1954 y publicado en la excelente recopilación de textos hecha por Esther Acevedo y su equipo en Obras del Colegio Nacional. En él, el muralista mexicano escribe sobre su idea de Revolución. Lo cual destruye mucho de lo que se dice sobre el nacionalismo riveriano y nos obliga a detenernos y mirar con otros ojos aquellos muros que paulatinamente el Estado ha venido utilizando como mera divulgación panfletaria del régimen posrevolucionario.
El texto de Rivera, abre posicionando la conmemoración del 20 de Noviembre, día en que se recuerda el inicio de la Revolución Mexicana, de la siguiente manera: “‘Nada hay más perjudicial para el proletariado que la mentira o la verdad velada’ dijo el maestro Lenin. Y si es así, debemos decir nosotros con toda claridad que la bandera del verde, blanco y colorado, y el águila que antes alzaba su cabeza y que don Venustiano [Carranza] hizo agachar, debe izarse hoy a media asta. Según entiendo el pabellón nacional se iza a media asta en señal de duelo. Es preciso pues razonar por qué el día 20 de noviembre es señal de duelo nacional.”
Enseguida, Rivera recuenta la historia a partir de las lucha de clases. Explica cómo la gesta que encabezaron Hidalgo y Morelos se fue degenerando con Iturbide hasta caer en Santa Anna quien “casi desaparece a México como entidad nacional”. En palabras de Rivera “la velocidad acelerada de la caída produjo su contrapartida dialéctica, que fue despertar a las masas liberales y progresistas y su rápida ascensión con la pléyade brillante de Juárez y sus compañeros de la talla de Ignacio Altamirano y Ramírez, esta culminación parecía no sólo poner en primer plano el desarrollo social de México sino llevarlo a la vanguardia.” Expectativas frustradas para el pintor quien explica que luego de la necesaria llegada de la Revolución Socialista apareció un grupo “regresista de burgueses” que colocaron en el trono a don Porfirio Díaz. Para Rivera, “el periodo porfiriano, objetivamente redujo a las masas mexicanas a una servidumbre peor que la que había sufrido bajo Felipe II. El pueblo agonizaba de opresión y de dolor bajo este régimen. Por otra parte, la relativa ascensión industrial creo masas proletarias mismo textiles, [que] ferrocarrileros, agrícola industrial, con los trabajadores de la caña de azúcar, la fibra de henequén, los textiles de algodón y lino etc.” Sigue Rivera, “los siervos, llamados peones acasillados o artesanos obradores, en las ciudades entraron en contacto consigo mismos por el desarrollo mental que el útil trabajo transformador del mundo, la máquina de las fábricas comunicó a sus hermanos que habían dejado de ser peones y artesanos para convertirse en proletarios. Así se produjeron las huelgas de Cananea y Río Blanco; así se estableció el gran Partido Liberal de Flores Magón. (sic.)” De tal manera, a ojos del pintor, la lucha se levantó desde la conciencia de clase, la crítica y la sátira del régimen. Cuestionamientos que fueron sofocados por el poder. Tal es el caso de Lázaro Gutiérrez de Lara quien según Rivera es “el único autor de la teoría revolucionaria correcta para la Revolución Mexicana y de una historia de México realmente histórica. Por eso la contrarrevolución lo ahorcó a cabeza de silla, cabalgando sobre el fuste que enredó el lazo, Plutarco Elías Calles, representante típico del inmigrante levantino y tantos ladrones y asesinos que ha proporcionado a la Revolución Mexicana.”
Con esto, la persecución terminó por imponerse a la sublevación y la Revolución inacabada vendría a volverse duelo. Así: “Va por los dos millones de campesinos y obreros muertos por la gloriosa cuanto fracasada revolución [que] urge el pabellón a media asta en señal de luto. Esta es la verdad sin velos, que contra la mentira de discursos y monumentos deben asentar el día de hoy los mexicanos progresistas, revolucionarios y honrados.” Verdad sin velos para el muralista que hace de la conmemoración una crítica del mentado progreso y una reflexión por la actualidad y vigencia de los significados de la revolución. Lo que lo encamina a decir sobre lo inacabado del proceso como “una lucha que aunque sea desde la sombra o desde la clandestinidad, pero manifestando sus fuerzas por medio del foco luminoso, guía su marcha que ha intervenido desde 1910 hasta el día de hoy”. Así, el muralista, el mismo “nacionalista” que se ha usado en los 200 minutos de CONACULTA como un ilustrador de las conmemoraciones revolucionarias, nos advierte que el 20 de noviembre se vive como un quiebre temporal, un acontecimiento dramático, doloroso e inacabado, y por tanto, hoy en día fracasado. Su perspectiva, escrita hace más medio siglo, nos coloca, en el final de este 2010, en una posición donde podemos asomarnos a las ruinas de lo que somos como ente colectivo, y redimensionarnos justamente como un pathos revolucionario que más que festejar sobre los Bicentenarios y Centenarios nos obliga a reflexionar sobre las deudas sociales y las miles de vidas perdidas en busca de un mejor estado de cosas.